lunes, 29 de marzo de 2010

Tarde, gaviota, mirada

Para Yu.
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Escuchamos a la gaviota cantar. Atravesaba el aire con su pico luminoso. Escuchamos la luz atravesar la vertical del plano donde su boca era aire. Giramos para tocarla en la proximidad densa del ala.
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Cifrados en su habla, los signos de un crepúsculo límpido nos acechaban. Fuimos tan sólo escucha en la vecindad del vuelo, aire reconvertido a canto, lujuria de la tarde.
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Escuchamos a la gaviota cantar. Atravesé el espacio que tu luz brindaba: sésamo radiante, me sumergí en la pleamar de tus formas. La arena nos moldeó en la lejana escritura de las aves que volaban en torno a tu ombligo; círculo de la sed, así abrevé en tus ojos.

jueves, 4 de febrero de 2010

Canta la hierba, de Doris Lessing

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Doris Lessing
Doris Lessing
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en su primer gesto

el paisaje detiene los sentidos

Silvia Rodríguez
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Lo que causa más enfermedades es el cambio de estaciones. Y en estos tiempos las producen mucho más los rápidos cambios de calor o frío u otros análogos.
Hipócrates
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¿Canta la hierba? Sí, la hierba canta. ¿Y qué canta esta hierba? Esta hierba canta su desarrollo vital. Al tener la muerte como límite, como perspectiva continua, el relato de la hierba es conducido por muy estrechos y agobiantes senderos; canto, en suma, del dolor, lamentaciones, elegía. Efectivamente, la hierba canta su elegía en esta temprana obra de Doris Lessing, y lo hace en virtud de la íntima conexión entre la evolución de los personajes y la del espacio, entendido éste como el ambiente, el hábitat. ¿Perpetua proyección de la psique sobre el ambiente o razzia de éste sobre el ánimo de los seres? En cierto sentido, sería despreciable e, incluso, temerario, intentar indagar cuál de estos elementos se erige en causa y cuál en efecto: tal es su grado de interdependencia en la novela.
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Doris Lessing recurre a la revelación del término de una vida como motor. Ocurre así, pues, que la atención del lector es desviada desde un posible interés por el modo de finalización de una historia, hacia la configuración de la historia misma, hacia su cómo, su avance. La seducción radica, entonces, en conocer por qué encubiertos motivos la muerte de Mary Turner se opera como destino ineludible.
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La virtud mayor de Canta la hierba reside en las complejas vicisitudes psíquicas que acarrean los acontecimientos en la psique de los personajes, especialmente en Mary Turner (habida cuenta de la linealidad narrativa y de la simpleza estructural de la obra). Mary, joven entrada ya en la treintena y cuyo diario discurrir obedece a una ligereza, a una suerte de inocencia no exenta de miedo hacia el matrimonio y cualquier clase de apego a los demás, descubre un día cómo la maledicencia se abate sobre ella a través de sus propias amigas. La presión social, la fuerza del grupo, introducen en la órbita de sus consideraciones aquello que tanto había rechazado: la posibilidad de entablar relaciones íntimas. En su mente, el matrimonio poblado de miserias, sometimientos, ebriedad y angustia de sus progenitores, queda como arquetipo imborrable. De ahí su repudio hacia el ahondamiento del trato con los otros, especialmente con los hombres, con los que apenas llega a mantener tenues amistades de circunstancia. La llegada de Dick a la ciudad y su posterior conocimiento coinciden con el despertar de su conciencia a la sensación de cierta vaciedad, sentir de ausencia que se consuma en fracaso por el choque entre la idealización de las relaciones sociales de su entorno, y la concreta forma divergente en que Mary las ha establecido. Quiere el albur que Dick, en su extrema, casi infinita mortificación de la pobreza, proponga matrimonio a Mary, a quien la desesperación y las ansias de insertarse en el modelo de relaciones que su ámbito promueve, abocan al asenso.
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Canta la hierba de Doris Lessing

El encuentro de dos individuos tan disímiles en el contexto de las colonias surafricanas bajo mandato inglés en la primera mitad del siglo XX, supone una inflexión en sus vidas respectivas, presididas a partir de la unión marital por un movimiento oscilante de dominación y sumisión. La existencia holgada de Mary, coronada por sus actividades de ocio en compañía de sus amigos en la ciudad, se trastoca inopinadamente en un laborioso, arduo proceso de supervivencia en la escasez y la soledad. La incomunicación de Mary determina el curso de la mutación de su carácter, acentuándose los rasgos agresivos y dominantes. Su evolución irremediable hacia la agudización de este comportamiento autodestructivo y explotador se ven potenciados por la sumisión de Dick. Como trasfondo se extienden los valores de privilegios raciales y la amplia, inasimilable en su inmensidad, naturaleza, imponiendo su ritmo, su cadencia desgastadora.

martes, 2 de febrero de 2010

Entrevistas a Agustín Fernández Mallo

Agustín Fernández Mallo (1967) ha recibido cierta resonancia mediática a raíz de las múltiples referencias sobre la originalidad de sus presupuestos literarios. Sin embargo, esa resonancia ha emergido a resueltas, sobre todo, de sus obras de corte narrativo, es decir, de su proyecto Nocilla. Apenas se ha reparado, en los grandes medios culturales, en sus poemarios, que obedecen a un común designio respecto de sus obras narrativas (aunque habría que reformular especialmente esta distinción en el caso del autor coruñés, pero ya hablaremos de eso en otro momento): la hibridación de ámbitos de la cultura disímiles, la incardinación de las ciencias como eje de una poética que otea en lo fragmentario de los discursos, dadora de metáforas donde la tensión se verifica en una inusitada expedición verbal de lo heteróclito (precisamente Mallo ha escrito: “Esa es para mí una de las deficiones de belleza: la tensión, que es sinónimo de inquietud”). Algunos de esos títulos son Creta Lateral Travelling o Carne de píxel. Transferencias continuas de textos que se entrecruzan en la eclosión informativa de sociedades altamente tecnificadas. Mallo ha bosquejado su poética en textos pretendidamente teóricos como su artículo titulado Hacia un nuevo paradigma: poesía postpoética, publicado en las revistas Contraste (2003) y Lateral (2004) y, recientemente, en su ensayo Postpoesía, publicado por Anagrama. En otro post nos ocuparemos de sus libros; por ahora, les dejo con algunas entrevistas que le han realizado:
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domingo, 17 de enero de 2010

Un poema de Ricardo Hernández Bravo

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Atraviesa la luz solar los cristales y se refleja sobre el rostro hiératico de la figura. Debajo de ese material inerte pareciera bullir un pensamiento que pudiera penetrarse a sí mismo durante siglos. ¿Qué siente esa forma humanoide? ¿Gira la conciencia del maniquí en torno a sí misma?
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La trayectoria poética de Ricardo Hernández Bravo (La Palma, 1966) se extiende desde sus iniciales poemarios Recuerdos de un olvido (1990), El final del tiempo gris (1990) o El día sin ti (1990), pasando por El ojo entornado (1996), En el idioma de los delfines (1997), El aire del origen (2003) y La Tierra desigual (2005) hasta Alas de metal (2008). Su poesía se ha caracterizado por un acendramiento expresivo que persigue atrapar una fulguración instantánea; poesía embarcada en la distorsión de la mirada para recobrar el asombro adánico del nombrar.
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Les dejo con un poema recogido en El ojo entornado:
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El maniquí tras el cristal
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Fijos los ojos en un punto
invisible a los ojos.
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Ajeno al tiempo penetra
el silencio que lo aísla
mientras multitud de vestidos cubren
un desnudo huérfano de brazos.
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Eje
de un mundo que gira
ignorando su centro.

sábado, 16 de enero de 2010

José María Millares Sall: recordatorio

En noviembre de 2009 se celebró, en la Librería del Cabildo de Santa Cruz de Tenerife, una lectura poética de jóvenes autores, planteada como acto de homenaje a los recientemente fallecidos Rafael Arozarena y José María Millares Sall. Los jóvenes poetas que leyeron esa noche fueron: Kenia Martín Padilla, Daniel Hernández María, Iván Cabrera Cartaya, Javier Mérida, Belinda Rodríguez Arrocha y Jesús Gerardo Martín Perera. Quien esto escribe presentó el acto conjuntamente con Samir Delgado. Aquella velada leí un texto sobre José María Millares dividido en dos secciones, una biográfica y otra interpretativa de su poemario Liverpool. Copio aquí la primera, no sin colocar antes una entrevista que se le realizó a José María Millares en el programa radiofónico La estación azul, a propósito de la reedición de Liverpool por la editorial Calambur. [Las erratas son imperdonables: no es Sil, sino Sall, el segundo apellido del autor, y su obra se titula Liverpool en vez de Liverepool]
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José María Millares Sall nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1921. Proveniente de una familia en la que la creatividad y las inquietudes intelectuales se desarrollaron con inopinada fecundidad, nuestro poeta asiste durante su período de juventud a los avatares históricos de una República convulsa e inestable, y a una cruenta guerra incivil, que se erigirá en un simple proemio de la barbarie posterior: la desoladora segunda guerra mundial. Casi imposible sustraerse, en aquellos angustiosos instantes de la Historia, a la dialéctica espiritual encarnada y polarizada, asimismo, tanto hacia un nihilismo radical a lo Mersault, el célebre personaje de la novela de Camus, como a las ansias de ruptura, de sembrar las grietas o surcos de un tiempo nuevo. En efecto, en 1946, cuando José María contaba a la sazón 25 años, aparecen, en la colección Cuadernos de Poesía y Crítica que dirigían Juan Manuel Trujillo y Ventura Doreste –con la colaboración de Agustín Millares y Pedro Lezcano- sus dos primeros poemarios en forma de plaquettes: A los cuatro vientos y Canto a la Tierra. Al año siguiente, participa en la ya ínclita Antología cercada, uno de los primeros puntos de irradiación de lo que más tarde se daría en llamar poesía social. En 1948 funda Planas de Poesía, en la que colaborarán sus hermanos Manuel (como ilustrador) y Agustín. Es precisamente en esa colección donde se publica, ya en 1949, Liverpool, uno de los libros capitales de José María Millares Sall, libro que iniciaría una apertura en su escritura, una búsqueda en moldes expresivos no signados por el lenguaje convencional y anémico característico de aquellas horas. A Liverpool le seguirían, también en Planas de Poesía, Ronda de luces (1950) y Manifestación de la paz (1951). En 1951 los hermanos Millares Sall deben cesar la actividad editorial de Planas de Poesía, acosados por el proceso judicial al que fueron sometidos por las instituciones represivas franquistas. Ya en 1952 contrae matrimonio con la también poeta Pino Betancor, y marcha a Madrid, donde residirá de forma más o menos continua hasta 1974, año en que retorna a Las Palmas de Gran Canaria. Salvo la publicación de Ritmos alucinantes en 1973, la poesía de José María Millares conocerá un dilatado silencio hasta el regreso a su ciudad natal, momento a partir del cual su obra crece inusitadamente con títulos como Hago mía la luz (1977), Los aromas del humo (1988), En las manos del aire (1989), Los espacios soñados (1989), Los párpados de la noche (1990), Azotea marina (1995), Paso y seguido (1996), Blanca es la sombra del jazmín (1996), Escrito para dos (1997), Objetos (1998), Pájaros sin playa (1999), Sillas (1999), Regreso a la luz (2000), Escritura y color: paremias y otros poemas (2007), Celdas (2007) y Cuartos (2007). Este año 2009 le fue concedido el Premio Canarias de Literatura. Falleció recientemente el 8 de septiembre.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

A vueltas con la utopía

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Hertha Müller
En ABCD Las artes y las letras apareció, a principios de noviembre, una interesante entrevista con la última Nobel: Herta Müller. Algunas ideas en su diálogo con el entrevistador no son muy afortunadas (verbigracia, la perogrullada de que la literatura tiene que ver con la realidad…¿es que, acaso, puede tener que ver con alguna otra cosa, señora Müller? ), pero otras, asaz iluminadoras, nos revelan las consecuencias de la actividad de un poder totalitario, precisamente al referir sus experiencias en la Rumanía de Ceaucescu: creación de fronteras físicas y, sobre todo, psíquicas, que atemoricen a los individuos y sirvan como niveles de control vía represión externa y, también, vía autorepresión; la corrosión intelectual obrada a propósito de la supresión de la crítica y la reflexión, engendradora de un particular modo de analfabetismo; el provincianismo rural y étnico y sus abstrusos conjuntos de prejuicios, contenedores de una deseada regulación normativa del comportamiento sustentada en falacias. Infiero que lo apuntado puede ser leído en dos claves complementarias: la literal, alusiva a la tesitura concreta mentada por Müller, y asimismo, remitiendo a una lectura oblicua, buscando, bajo la somera referencia pretérita, signos semejantes en el devenir de las sociedades occidentales capitalistas. Me inquiero si será casualidad, albur de las conexiones neuronales de mi cerebro que cruzan textos en mi memoria, el que, al leer estas palabras de Herta Müller:
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A decir verdad, el analfabetismo en Rumanía no era tan alto, la mayoría de las personas sabían leer y escribir. Pero de qué sirve eso si la mayoría no entendía absolutamente nada. Conocían las letras, pero cuando uno ha sido educado para no pensar, eres analfabeto de otra manera
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recordara estas otras de Jürgen Habermas, recogidas en un texto de su opúsculo La necesidad de revisión de la izquierda:
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Jürgen Habermas

A los marginados y subprivilegiados les queda a lo sumo, para hacer valer sus intereses, el voto de castigo en los procesos electorales; ello cuando no se resignan elaborando en términos autodestructivos, con enfermedades, criminalidad o ciegas revueltas, las hipotecas a que estructuralmente están sometidos. Sin la voz de la mayoría de los ciudadanos que se pregunten y permitan se les pregunte si de verdad quieren vivir en una sociedad segmentada, en que hayan de cerrar los ojos ante los mendigos y ante los que carecen de hogar, ante los barrios convertidos en guetos y las regiones abandonadas, tal problema carecerá de la suficiente fuerza impulsora, incluso para ser objeto de una tematización pública que lo haga calar de verdad en la conciencia de todos
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Pero guárdate de los osos y los lobos que la frecuentan
Y de la sombra que aparece cuando esperas la aurora

John Ashbery
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En las palabras precedentes retomaba algunos aspectos de la entrevista a Herta Müller, orillando su respuesta a la última pregunta, la de si concebía el arte como una forma de utopía. Müller contesta negativamente: las utopías son deseos y, cuando llegan a materializarse, se erigen en constructos monstruosos, como se ha evidenciado en tantos regímenes totalitarios. La utopía como sociedad idealizada y perfecta es indeseable (apenas se procede a implantarla). Esto nos viene a decir Müller. La literatura remite a lo real y es en sí misma un producto (curiosa palabra para calificar lo artístico, sobre todo si queda despojado el sustantivo de cualquier adjetivo esclarecedor), y, en tanto lo utópico es lo no-acaecido, se contraponen ambos conceptos. Se puede contemplar que la definición de lo utópico en Müller se encuentra estigmatizada por su experiencia de lo que se afirmaba a sí mismo como realización de lo utópico. En La ciudad del Sol, conspicua utopía renacentista de Tommaso Campanella, se incluía, a modo de apéndice (intitulado Cuestiones sobre la república ideal), una discusión por parte del propio autor italiano, donde se analizaban la posible utilidad y veracidad de los presupuestos que subyacían en dicha utopía. Que yo sepa, bajo el epígrafe Sobre si es razonable y útil haber añadido a la doctrina política el diálogo de la Ciudad del Sol (primer artículo del citado apéndice), se sitúan, a modo de prefiguración, casi todas las objeciones que ha suscitado el debate de la utopía. Así, por ejemplo, la primera auto-objeción que contempla Campanella es la siguiente: “Es ocioso y vano ocuparse de lo que nunca ha existido, existirá, ni es de esperar que exista. Ahora bien, tal género de vida en común, totalmente exenta de delitos, es imposible; nunca se ha visto ni se verá. Por tanto, hemos perdido el tiempo en ocuparnos de ella”. La diafanidad de lo expuesto es auto-replicado posteriormente por el autor mismo con semejante ilustración, creo que suficientemente convincente: “no por ser imposible de realizar exactamente la idea de tal república, resulta inútil cuanto hemos escrito, pues en definitiva hemos propuesto un modelo que ha de imitarse en lo posible”. O, usando argumentos de católico irredento: “¿Qué nación o qué individuo ha podido imitar perfectamente la vida de Cristo? ¿Diremos por ello que es inútil haber escrito los Evangelios?”. Esto es, la denuncia de la posible imputación de falacia a lo utópico por cuanto dicho constructo imaginario no debería leerse –por imposible- como programa teórico a realizar minuciosamente, sino simplemente, como esbozo de horizontes posibles, de medidas a debatir y cuestionar, como saludable incitación a la discusión y a la crítica. No de otra manera, tras los ominosos descalabros históricos que ha conllevado la voluntad rígida –de geometría, por lo demás, bastante imprecisa y obcecada- puede ser leída hoy la utopía. Ou-topos: el lugar inexistente, el espacio imposible de realizar y, sin embargo, horizonte de culminación de algunos de los deseos más perentorios de la humanidad.
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Compréndese entonces que la dirección discursiva hacia donde apunta Müller, es la continuación –bien que desde una posición negativa- del clímax utópico: réplica de negación de la vinculación arte-utopía, por identificación de lo utópico con el desarrollo erróneo de dicha idea; por una lectura del programa utópico desde presupuestos posibilistas sin conexión alguna con un contradiscurso autogenerado que asumieran los propios “defensores históricos de la utopía”. Y por ese clímax utópico se entiende aquí la intensificación del discurso utópico en el siglo XIX y principios del XX, que pasa a adquirir unos rasgos característicos donde late la pulsión de una retórica del progreso, muy típico del discurso político. Asimismo, no hay que olvidar que, al menos desde el Romanticismo, el arte moderno incardina en sí mismo otro discurso utópico. Y es utópico, o podríamos caracterizarlo como tal, por dos razones, dos motivos fundamentales de toda utopía (tal como se constituye a partir de la obra de Thomas More): 1) en su vertiente contestataria y rebelde frente a los grandes sistemas de valores que informan la modernidad, y 2) por la postulación de un espacio otro, no existente, donde se consuma una posibilidad de realización personal y colectiva más satisfactoria, y que supere los grados negativos de la dialéctica de la modernidad. Ese espacio otro de realización se atiene más a una situación: la signada por el acontecer del hecho estético mismo. Cierto es que esto no implica la construcción de una utopía en el sentido cabal de constructo social modélico, pero sí apunta hacia una vocación de apertura de los propios horizontes de lo considerado utópico. La carga crítica del arte moderno puede leerse como un contradiscurso a la conformación alienante de las sociedades en las que dicho arte surge y, simultáneamente, la noción esperanzada de lo modélico-ideal que regula la propia materialización de la utopía como género, se halla encauzada, como dijimos anteriormente, en algo acaso más etéreo y volátil, como sería la propia experiencia estética, pero, por ello mismo, defensora de una dimensión superior de libertad y de un espacio de expresión para lo marginal y rechazable por el establisment.


jueves, 26 de noviembre de 2009

Mediocridad educativa



Bertrand Russell


Uno de los problemas más acuciantes que constriñen el espíritu democrático, yo diría que el principal, es incurrir en esa suerte de ceguera operativa que consiste en la confusión entre el derecho a la libre expresión y el posible grado de veracidad del enunciado expresado. El problema fue planteado cruda y radicalmente por Ibsen en Un enemigo del pueblo, obra tan incomprendida como denostada en ocasiones. Podríamos reseñar dos hechos sintomáticos de semejante putrefacción, dos fenómenos que coadyuvan a mantener esa falacia. El primero, el ansia de sostenimiento de una ignorancia generalizada por parte de ciertas instancias de poder, gracias al cual pueden dirigir y manipular las conciencias de los individuos. En esa batalla particular obran con especial relevancia, tanto por la eficacia de los métodos, como por los intereses asociados, los medios de des-información masiva. El segundo hecho reseñable sería la constitución, por mor de esas mismas presiones, de individuos cobijados en su manto de inquebrantable mediocridad, dóciles a las órdenes del jefe (La benévola jeta de piedra de cartón del Jefe, para valerme de una expresión de Octavio Paz) o a la inercia del rebaño (En donde se llega a dominar, allí hay masas: donde hay masas, existe una menesterosidad de esclavitud. Donde hay esclavitud, sólo son escasos los individuos, y éstos tienen en su contra al instinto de rebaño y a la conciencia moral, Nietzsche dixit; La gaya ciencia, 149). A lo anterior se refería Bertrand Russell cuando afirmaba que “hay un excesivo gusto por la uniformidad, tanto en la grey como en el burócrata”. Y precisamente de Bertrand Russell, una de las mentes más lúcidas del siglo XX, tanto por su labor de indagación filosófica, como por sus compromisos éticos, es un fragmento que quería invocar aquí. Proviene de su obra Educación y orden social, donde el polivalente filósofo inglés se adentra a esbozar algunas apreciaciones sobre la educación y sus vinculaciones políticas y sociales:

Llegamos ahora a un segundo peligro: el de un amor excesivo por la uniformidad. Éste puede existir, como he dicho anteriormente, tanto en el burócrata como en la grey. Los niños sienten una instintiva hostilidad contra cualquier cosa "rara" en los otros niños, especialmente durante la edad comprendida entre los diez y los quince años. Si las autoridades se percatan de que este convencionalismo es indeseable, pueden buscar protección contra él de diversas maneras, y, según se sugirió en uno de los primeros capítulos, pueden situar a los niños más inteligentes en escuelas distintas. La intolerancia hacia la excentricidad a la cual me estoy refiriendo, es más fuerte en los niños estúpidos, que tienden a considerar los gustos de los niños más inteligentes como un motivo justificado para la persecución. Si las autoridades también son estúpidas (lo cual puede suceder), tenderán a tomar partido por los niños estúpidos, y asentirán, al menos tácitamente, al rudo tratamiento que reciban los niños que denoten inteligencia. En ese caso, se producirá una sociedad en la cual todas las posiciones importantes serán ocupadas por aquellos cuya estupidez les permita complacer a la grey. Semejante sociedad contará con políticos corruptos, maestros de escuela ignorantes, policías incapaces de aprehender criminales y jueces que condenen a seres inocentes. Tal sociedad, aun cuando habite un país repleto de riquezas naturales, terminará por empobrecerse, a causa de su incapacidad para elegir hombres dotados para los puestos importantes. Una sociedad así, aunque charle por los codos de la Libertad y hasta erija estatuas en su honor, será una sociedad perseguidora, que castigará precisamente a los hombres cuyas ideas podrían salvarla del desastre. Todo esto brotará de una presión demasiado intensa por parte de la grey, primero en la escuela y después en el mundo entero. Allí donde existe una presión excesiva, quienes dirigen la enseñanza no se percatan, por regla general, de que se trata de un mal; en realidad, están prontos a acogerla como una fuerza favorable al buen comportamiento. Por lo tanto, es importante considerar qué circunstancias hacen caer en tal error a maestros de escuela y funcionarios de la enseñanza, y si hay algún sistema con probabilidades de impedir que incurran en dicho error.

martes, 13 de octubre de 2009

Celebra tu tiempo

Dennis conoce a un tal señor D, encantado en su vindicación extrema de Rousseau (de manera inconsciente). Las siluetas del pasado se exhiben como amplias colmenas de la dicha. Oh, Jerusalén, Jerusalén, qué ha sido de tanta bondad. Dennis me lo cuenta con un gesto sardónico. Mi amigo, me dice, habita en las praderas de un tiempo inexistente. Olfatea lo pretérito y vertebra allí la imposible vegetación de lo deseado. ¿A qué se debe ese afán anacrónico, esos dislates ingenuos, esa búsqueda infructífera del bon sauvage? Palidece su rostro al mencionar la tecnología, mezcla en idéntica jerga alígera conceptos marxistas, exaltaciones del más puro volksgeist herderiano, y unas dosis apreciables de vacuidad y demagogia. ¿Puede sobrevivir semejante organismo, Dennis?, le inquirí ya nervioso. No sólo sobrevive: la inminencia del cuarto menguante electoral hará que progrese en los dominios del poder.
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No dejo de fantasear con un Nietzsche cuarentón. Me señala con el dedo índice en actitud amenazante por burlarme de su diatriba acerca del peor lector. Yo, prosiguió Dennis, frecuento con insana virtud la extracción selecta de fragmentos, sobre todo allí donde la carcoma se multiplica. Así, a mi anacrónico Rousseau, yo le espetaría con Herder, tan repudiado por mí, por lo demás: "El género humano dispone de dicha abundante en todas las épocas, aunque de distinto modo en cada una; en la nuestra, divagamos cuando nos ponemos a ensalzar, como Rousseau, los tiempos que ya no existen y jamás existieron. ¡Levántate y predica las virtudes de tu época!".
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El tema de discusión, en todo caso, Dennis, sería que el discurso de los monóculos reduce la realidad a la pupila única de lo previamente ideado. Oh, Jerusalén, Jerusalén.

sábado, 3 de octubre de 2009

Analectas

De la abrasada eclíptica que ignora
intrépido corrió las líneas de oro
mozo infeliz, a quien el verde coro
vio sol, rayo tembló, difunto llora.
.Centellas, perlas no, vertió el aurora,
llamas el pez austral, bombas el toro,
etnas la nieve del Atlante moro,
la mar incendios y cenizas Flora.
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Así me levanté, y a la presencia
llegué de un sol; así también me asombra
cayendo en noche eterna de su ausencia.
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Así a los dos el Po Faetontes nombra,
pero muertos con esta diferencia,
que él quiso ser sol y yo la sombra.
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Lope de Vega

martes, 11 de agosto de 2009

Diálogos con Dennis

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Observo cómo Dennis me mira a los ojos y me dice: no te asombres, pues ya lo sabías. La pervivencia del lobo.
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Te asomas al aleph una vez más, lees las cartas de Beatriz y sigues vacilando. Pero este aleph era de cables y bits, de neurotransmisores y prótesis. Pero esta Beatriz tenía un ligero semblante de pez y de agua.
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Dennis, nunca dejas nada al azar. Cada palabra tuya es un gesto visible de tus designios. De un ineludible propósito que ella no abarcará, repusiste.
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Dennis baraja palabras y obtiene un póquer.
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Como el escorpión, desapareces en la mentira.
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Dennis tomó asiento en la mesa del fondo. Su mirada parecía extraviada en una reflexión taciturna. Pasaron algunos minutos en silencio y luego reparó, sobresaltado, en mi presencia. Inopinadamente, y con voz tenue, me confesó: en realidad, no me agradan los retos difíciles. Tampoco aquellos en cuya resolución no hallo algún obstáculo. El placer de las penumbras, afirmé, con el que sueles exponerte ante Odiana, acaso no sea más que una forma de orillar el miedo. Asintió antes de volver a ocultarse tras el grave silencio de los vasos.