domingo, 5 de septiembre de 2010

Encuentros en red: lo literario/digital

Juan Malpartida escribió en ABCD una breve, brevísima reseña del libro de Román Gubern Metamorfosis de la lectura, publicado por Anagrama. Muy reveladora es cierta resistencia final a asumir la digitalización de lo literario como sustento futuro (y aun presente). A pesar de anunciar cierta ineludibilidad del desarrollo e implementación de nuevas formulaciones de lo literario, especialmente en el ámbito de los dispositivos de lectura y cómo afectarán al propio hecho de leer, tanto Malpartida como Gubern insisten en la necesaria coexistencia de los formatos de libro electrónico y de papel, así como la prolongación de formas de lectura asociadas al libro tradicional. Así se pronuncia Malpartida:

¿Desaparecerá el libro tal como hoy lo conocemos por los ya actuales libros virtuales capaces de almacenar en una cuartilla de trescientos gramos (irá perdiendo peso) miles de libros o bien acceso, vía inalámbrica, a bibliotecas, periódicos, etc.? Román Gubern piensa que afectará sobre todo a los diccionarios, anuarios, enciclopedias y demás archivos, pero que con el libro tradicional ocurrirá como con la radio y la televisión, que convivirán ocupando sus respectivos nichos. Hay cualidades en el libro objeto que no asume el electrónico: fetichismo, sensualidad (al tacto, al olfato, a la vista), vínculo sentimental, diseño gráfico, resistencia al deterioro (toda electrónica es altamente susceptible de destrucción con los golpes y el agua, por ejemplo). Comparto su criterio, y no me imagino publicando un libro y comunicando por la red que lo he hecho, y que se puede descargar. Entrar en casa y no encontrarlo, ni el mío ni el de los otros, salvo si enciendo una pantalla con acceso a índices infinitos. Gubern, tras este atractivo e instructivo recorrido, con cuidadas definiciones de los conceptos principales, afirma la complementariedad de ambos soportes.
Fíjense en qué tipo de argumentos justificarían esa no desaparición o sustitución: casi todos de tipo emotivo-fetichista. Y ahora, jugemos a las cópulas por oposición, y consideremos las implicaciones y las orientaciones derivadas -y también las implícitas- en las reflexiones que vierte Vicente Luis Mora sobre:

- La Pantpágina

- El concepto de Internexto

miércoles, 25 de agosto de 2010

La tregua entre dos aguas oscuras: Benedetti


«Tiempo de tregua en que los dioses destructores y los dioses constructores se sientan a la misma mesa para compartir el mismo pan robado a los hombres»
Alejandro Krawietz


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La tregua - Mario Benedetti
Esta novela de Mario Benedetti, La tregua, describe el impacto profundo que la muerte de un ser sería pertinente una discusión sobre los peligros que atenazan a la reducción que puede acarrear trabajar literariamente en los extremos de lo meramente local y particular (esto es, a la difuminación de lo inteligible en virtud de un lenguaje no compartido) y el universalismo, por la vía de lo común y típico (y la consecuente desustanciación por trivial de ese lenguaje)- deriva quizás de los personajes elegidos por Benedetti: seres que deambulan por las calles de un Montevideo que podría ser símbolo de cualquier ciudad moderna. Las singularidades se disfrazan en el carnaval de lo idéntico: formas petrificadas de lo vacuo y formas candentes de lo intenso copulan en esta obra para engendrar una rara estructura donde lo baladí puede ser percibido como tenso.
querido obra en la vida de un hombre cualquiera. La impresión de universalidad del relato -



Un hombre –Martín Santomé- embebido en una atmósfera de mediocridad y rutina, huraño y melancólico, cuyo único sentido vital parecería ser conseguir la jubilación, sufre una especie de transmutación al conocer a una joven –Avellaneda- con la que termina entablando una peculiar relación amorosa, caracterizada por la reclusión y que se ve abocada a convertirse en una suerte de amor idolátrico. Con paralela espontaneidad a como había llegado aquel ser que trastornó el movimiento declinante de su vida, desaparece bajo el signo de lo imprevisto, de una muerte fortuita.

Una vez consumada la pérdida, Martín Santomé advierte, con progresiva lucidez, que aquello que cifraba la experiencia amorosa con Avellaneda no era la felicidad, sino una tregua, un anclaje a tierra entre dos aguas oscuras. Es interesante notar cómo la concreción de lo meramente posible adquiere, en su consciencia, la naturaleza de lo irrevocable. Ese acontecimiento que a priori era simplemente contingencia, azar, probabilidad, al ocurrir, modifica su percepción del mundo, introduciéndolo en la consideración del destino, de lo ineludible. Y es ineludible, simplemente porque ya es pasado, ya no se es capaz de cambiarlo. La memoria de la pérdida, más que la pérdida misma, es la oscuridad invocada por el personaje.

Múltiples subtemas son tratados con simples trazos: la ausencia de amigos reales, la asunción del paso de los años, las costumbres del adulterio, la configuración rígida de los matrimonios con el transcurso de los años, el enquistamiento de la burocracia administrativa o el conflicto de asunción de la homosexualidad de los hijos.

Benedetti otorga a la narración de hechos cotidianos y aun triviales, mediante la gradación del tono y el recurso a la voz del propio ser que experimenta los hechos -utilizando para ello los apuntes que el protagonista plasma en su diario-, un carácter de tragedia en el sentido clásico, de intensidad creciente. El autor potencia la narración basándose en personajes y situaciones harto comunes, y ese transcurrir vulgar, anodino, es visto como un drama único. Cada hombre es el centro de su universo, y en ese espacio limitado pero diverso, cabe cualquier manifestación. Esta novela expone la noción de que, en la vida de cualquier hombre, tanto la felicidad como la muerte pueden encontrarse al acecho, próximas a aparecer inopinadamente. Sin embargo, la banalidad extrema llega, en ocasiones, a presentársenos como un hiato deletéreo que señala una divergencia inasimilable entre lo vulgar y lo sublime. No estoy tan seguro de que, como infiere José Miguel Oviedo en su monumental Historia de la literatura hispanoamericana, Mario Benedetti logre soslayar la simplificación ideológica y moral en virtud de la ternura y la ironía.

martes, 22 de junio de 2010

Desde la extranjeridad

Edmond Jabès
Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato.

Libro de inagotables lecturas, palabra ardiente y punzante, múltiple y, sin embargo, siempre tan precisa, tan sustantiva y esencial. Valente decía que, al descubrir a Jabés, sucedió que le influyó no hacia su escritura por venir, sino hacia la formulación e interpretación de su escriura anterior y de su mismo ser como poeta. A mí me abrió la ausencia misma de la palabra. Me hizo enfrentarme a la más desoladora radicalidad expresiva.

Homenaje a Heinrich Böll y a Ernst Jandl

- ¿Tú eres el señor Schnier?
- Yo no soy el señor Schnier, gracias.
- Mire, ¿por casualidad no será el señor Schnier?
- No, se lo aseguro, caballero, no soy el señor Schnier.
- Ah, gracias, pero, considere que es usted el señor Schnier, considérelo sólo por un momento...
- No, gracias, no lo soy, pero...¿y si lo fuera?
- Ah, señor Schnier, ¡cuánto tiempo! ¡Sabía que era usted, indudablemente!

(Homenaje a Heinrich Böll y Ernst Jandl)

jueves, 10 de junio de 2010

Guad: símbolo, agua, deseo


Guad - Alfonso García RamosGuad - Alfonso García-RamosGuad - Alfonso García-Ramos

Guad, obra de Alfonso García-Ramos, es una novela centrada en las vicisitudes de un conjunto de personajes de distintos estratos sociales y orígenes, pero vinculados por un anhelo común: la emergencia de agua de una galería. La obra se plantea desde una perspectiva múltiple, alternando distintas voces narrativas en cada capítulo, de manera que se erige en un cuadro colectivo: amalgama de voces, de historias individuales signadas por el desgarro de la aridez. En este sentido, lo árido actúa en el ámbito semántico bajo la significación literal más inmediata (y todas las penalidades a que dicha circunstancia conduce) y, asimismo, operando a nivel simbólico: cada individuo parece sufrir esa sed indescriptible del ambiente de penuria general y vileza, lucha del hombre por su supervivencia diaria, desgarrado o hundido y, sin embargo, enfrentándose a cada herida. El retrato múltiple, la conjugación de las voces narrativas, centradas en el acontecer heterogéneo de una serie de sujetos vinculados con la galería y con el imaginario valle de Tenesora, coadyuva en la impresión de que ese devenir angustioso es propio de toda una sociedad enclaustrada en un tiempo sombrío. Uno de los logros mayores es, precisamente, esa alternancia de narradores: en primera, segunda o tercera persona e historiando el albur de diversos personajes, su pretérito pluscuamperfecto y su engarce con los trabajos de extracción de la galería en el presente de la novela. El lenguaje que exhibe la novela opera desde un registro coloquial que pretende hacer vívida la escucha de las voces; no obstante, en no pocas ocasiones acusa la obra, por contraposición a la relevancia y modernidad de su estructura, una cierta incardinación de los diálogos en un modelo excesivamente costumbrista (y no sólo en los diálogos, también en descripciones harto simplificadoras por evidenciar una carga crítica de un narrador externo, una decidida voluntad del autor por intervenir, siquiera tras el subterfugio de los adjetivos).

domingo, 30 de mayo de 2010

Coherencia

Bartolomé Cairasco de Figueroa (1538-1610) recogía en uno de sus poemas que paciencia es paz y ciencia; yo me tomo la libertad para pensar que la coherencia será, entonces, corazón, herida y ciencia (de esa herida/herencia).

sábado, 24 de abril de 2010

De Centenarios: la memoria

Pasado ya el primer tercio del año 2010, asistimos a la difusión masiva de información en torno al centenario del nacimiento del poeta Miguel Hernández. Inmenso poeta cuya hondura,  riesgos formales asumidos, así como la profundidad que revela en el corpus de su obra me retrotrae, curiosamente, a otros centenarios. Me refiero, claro está, a poetas nacidos en 1910, que hubieron de vivir en su juventud la ominosa primera mitad del siglo XX  (tiempo del escuadrón compacto de las sombras, para valerme de una expresión que figura en un  verso de José Ángel Valente en Poemas a Lázaro) y enfrentarse a la escritura en una atmósfera acaso poco propicia para la valoración de sus logros poéticos. Quisiera recordar, ya digo, a otros poetas españoles, europeos y americanos, como Luis Rosales (1910-1992), Francisco Pino (1910-2002), Domingo López Torres (1910-1937), Georges Schehadé (1910-1989), Erik Lindegren (1910-1968), José Lezama Lima (1910-1976), Max Bense (1910-1990), Juan Cunha (1910-1985) o Enrique Molina (1910-1997).
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DIAMANTE
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Lejanías la voz de mi costumbre
           han hecho ya
                           de mi pulmón
                                           diamante 
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(Así que, Francisco Pino)

lunes, 29 de marzo de 2010

Tarde, gaviota, mirada

Para Yu.
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Escuchamos a la gaviota cantar. Atravesaba el aire con su pico luminoso. Escuchamos la luz atravesar la vertical del plano donde su boca era aire. Giramos para tocarla en la proximidad densa del ala.
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Cifrados en su habla, los signos de un crepúsculo límpido nos acechaban. Fuimos tan sólo escucha en la vecindad del vuelo, aire reconvertido a canto, lujuria de la tarde.
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Escuchamos a la gaviota cantar. Atravesé el espacio que tu luz brindaba: sésamo radiante, me sumergí en la pleamar de tus formas. La arena nos moldeó en la lejana escritura de las aves que volaban en torno a tu ombligo; círculo de la sed, así abrevé en tus ojos.

jueves, 4 de febrero de 2010

Canta la hierba, de Doris Lessing

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Doris Lessing
Doris Lessing
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en su primer gesto

el paisaje detiene los sentidos

Silvia Rodríguez
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Lo que causa más enfermedades es el cambio de estaciones. Y en estos tiempos las producen mucho más los rápidos cambios de calor o frío u otros análogos.
Hipócrates
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¿Canta la hierba? Sí, la hierba canta. ¿Y qué canta esta hierba? Esta hierba canta su desarrollo vital. Al tener la muerte como límite, como perspectiva continua, el relato de la hierba es conducido por muy estrechos y agobiantes senderos; canto, en suma, del dolor, lamentaciones, elegía. Efectivamente, la hierba canta su elegía en esta temprana obra de Doris Lessing, y lo hace en virtud de la íntima conexión entre la evolución de los personajes y la del espacio, entendido éste como el ambiente, el hábitat. ¿Perpetua proyección de la psique sobre el ambiente o razzia de éste sobre el ánimo de los seres? En cierto sentido, sería despreciable e, incluso, temerario, intentar indagar cuál de estos elementos se erige en causa y cuál en efecto: tal es su grado de interdependencia en la novela.
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Doris Lessing recurre a la revelación del término de una vida como motor. Ocurre así, pues, que la atención del lector es desviada desde un posible interés por el modo de finalización de una historia, hacia la configuración de la historia misma, hacia su cómo, su avance. La seducción radica, entonces, en conocer por qué encubiertos motivos la muerte de Mary Turner se opera como destino ineludible.
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La virtud mayor de Canta la hierba reside en las complejas vicisitudes psíquicas que acarrean los acontecimientos en la psique de los personajes, especialmente en Mary Turner (habida cuenta de la linealidad narrativa y de la simpleza estructural de la obra). Mary, joven entrada ya en la treintena y cuyo diario discurrir obedece a una ligereza, a una suerte de inocencia no exenta de miedo hacia el matrimonio y cualquier clase de apego a los demás, descubre un día cómo la maledicencia se abate sobre ella a través de sus propias amigas. La presión social, la fuerza del grupo, introducen en la órbita de sus consideraciones aquello que tanto había rechazado: la posibilidad de entablar relaciones íntimas. En su mente, el matrimonio poblado de miserias, sometimientos, ebriedad y angustia de sus progenitores, queda como arquetipo imborrable. De ahí su repudio hacia el ahondamiento del trato con los otros, especialmente con los hombres, con los que apenas llega a mantener tenues amistades de circunstancia. La llegada de Dick a la ciudad y su posterior conocimiento coinciden con el despertar de su conciencia a la sensación de cierta vaciedad, sentir de ausencia que se consuma en fracaso por el choque entre la idealización de las relaciones sociales de su entorno, y la concreta forma divergente en que Mary las ha establecido. Quiere el albur que Dick, en su extrema, casi infinita mortificación de la pobreza, proponga matrimonio a Mary, a quien la desesperación y las ansias de insertarse en el modelo de relaciones que su ámbito promueve, abocan al asenso.
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Canta la hierba de Doris Lessing

El encuentro de dos individuos tan disímiles en el contexto de las colonias surafricanas bajo mandato inglés en la primera mitad del siglo XX, supone una inflexión en sus vidas respectivas, presididas a partir de la unión marital por un movimiento oscilante de dominación y sumisión. La existencia holgada de Mary, coronada por sus actividades de ocio en compañía de sus amigos en la ciudad, se trastoca inopinadamente en un laborioso, arduo proceso de supervivencia en la escasez y la soledad. La incomunicación de Mary determina el curso de la mutación de su carácter, acentuándose los rasgos agresivos y dominantes. Su evolución irremediable hacia la agudización de este comportamiento autodestructivo y explotador se ven potenciados por la sumisión de Dick. Como trasfondo se extienden los valores de privilegios raciales y la amplia, inasimilable en su inmensidad, naturaleza, imponiendo su ritmo, su cadencia desgastadora.

martes, 2 de febrero de 2010

Entrevistas a Agustín Fernández Mallo

Agustín Fernández Mallo (1967) ha recibido cierta resonancia mediática a raíz de las múltiples referencias sobre la originalidad de sus presupuestos literarios. Sin embargo, esa resonancia ha emergido a resueltas, sobre todo, de sus obras de corte narrativo, es decir, de su proyecto Nocilla. Apenas se ha reparado, en los grandes medios culturales, en sus poemarios, que obedecen a un común designio respecto de sus obras narrativas (aunque habría que reformular especialmente esta distinción en el caso del autor coruñés, pero ya hablaremos de eso en otro momento): la hibridación de ámbitos de la cultura disímiles, la incardinación de las ciencias como eje de una poética que otea en lo fragmentario de los discursos, dadora de metáforas donde la tensión se verifica en una inusitada expedición verbal de lo heteróclito (precisamente Mallo ha escrito: “Esa es para mí una de las deficiones de belleza: la tensión, que es sinónimo de inquietud”). Algunos de esos títulos son Creta Lateral Travelling o Carne de píxel. Transferencias continuas de textos que se entrecruzan en la eclosión informativa de sociedades altamente tecnificadas. Mallo ha bosquejado su poética en textos pretendidamente teóricos como su artículo titulado Hacia un nuevo paradigma: poesía postpoética, publicado en las revistas Contraste (2003) y Lateral (2004) y, recientemente, en su ensayo Postpoesía, publicado por Anagrama. En otro post nos ocuparemos de sus libros; por ahora, les dejo con algunas entrevistas que le han realizado:
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