lunes, 18 de junio de 2007

Tercer Congreso de Poesía Canaria (V)

a) Poesía, espiritualidad y trascendencia
Tercer
El primer interventor de la mesa fue Daniel Barreto que, tras una lacónica definición de lo trascendente, religó este concepto con la ética en la escritura. Para Barreto, la trascendencia estaría vinculada con un tratamiento del otro en tanto que otro, es decir, en tanto que escapa a una aprehensión de todo aquello que constituye el propio yo. A partir de aquí, Barreto delineó el nexo íntimo con la ética que hemos advertido; para ello, acudió a una cita del filósofo Emmanuel Lévinas en el que éste asocia el tiempo con la alteridad; de esta manera, el lenguaje y el tiempo serían las dos posibilidades naturales que conducirían al acercamiento y al contacto con lo otro. La trascendencia, en tanto que vivencia de esta situación particular de despojarse del yo egocéntrico y adquirir conciencia del otro, relacionándose con él, tendería un lazo a la ética: la protección de la alteridad aun a costa de mi propio yo, que sería según Daniel Barreto una de las formas de encarnar la trascendencia, lleva implícita una relación de justicia con el otro.
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A continuación Rafael José Díaz expuso que pensar la poesía es alejarnos de ella y desembocar en un sucedáneo. A más de hablar sobre una metafísica del estar que se asentaría en el poema, y a través de cuya lectura se podría acceder al carácter ontológico e intraducible del estar y el ser.
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Por su parte, Mariano Vega Luque disertó en torno a la experiencia de la creación poética en el «momento sin relato», en un estado de inervación en el que se aprehende únicamente el presente o quizás, en el que todo se incardina en el presente. Esta experiencia de lo poético generativo religaría una visión de lo creativo con la matriz de lo religioso o sagrado: el mito del origen donde todo tiempo es puro presente, o donde el tiempo mismo no fluye.
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El poeta Ernesto Suárez remitió en su lectura a una visión contemplativa de la poesía. La lectura del poema conllevaría en sí una experiencia perceptiva, sensorial y meditativa cercana a lo espiritual. El estremecimiento poético quedaría definido por ese acto crucial que dirige a un ensayo del ser más allá de sí mismo, a trascenderse en definitiva. Claro está, el vínculo que establece Ernesto Suárez entre la espiritualidad y la poesía mediante su difusa clasificación de experiencias carentes de fines en sí mismos, se atiene a un pensamiento por analogía referente a una característica particular que compartirían ambas laderas de acceder a lo trascendental [1] .
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Según el poeta José Corredor Matheos, habría que distinguir respecto a lo inefable de vinculación religiosa, tres conceptos: espiritualidad, trascendencia y lo sagrado. Lo primero podría interpretarse como la actividad del pensamiento de cada uno, mientras que la trascendencia se desplegaría alrededor del otro. La poesía hallaría resonancias en lo trascendental, ya que lo sagrado le está vedado desde la muerte de Dios: el arte sagrado no se daría en siglos ya que presupondría que el artista sintiese la divinidad, y que la espiritualidad englobase al conjunto social. En este sentido, Corredor Matheos precisó tres fenómenos asociados al orbe poético que hallarían correlación con la trascendencia:
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· La apertura a lo otro sin incardinar aún en lo sagrado, en la experiencia de la divinidad, hallaría eco en la percepción de la poesía que, a pesar de verterse sobre los objetos de lo cotidiano, sobre la realidad física y material inmediata, arroja una nueva luz sobre los mismos.
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· En la dimensión temporal, la poesía produciría un efecto de abolición de los distintos planos temporales, transmutando todo sentir en un presente perpetuo que sería una suerte de examinar la eternidad en el instante.
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· Además de estas premisas expuestas con anterioridad, la poesía encarnaría esa esperanza de la disolución del yo momentáneo presente en la mística de origen judeo-cristiano y también en el budismo.
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En esta confrontación de los conceptos de trascendencia y poesía, Corredor Matheos subrayó luego que la poesía no puede nacer como acto volitivo, sino que debe generar un vacío interno a partir del cual fructifique el poema por requerimiento natural y no artificioso. Como se ve, es fácil hallar aquí claras resonancias de autores como Paul Celan [2] o José Ángel Valente: compartiría con estos autores la idea de que la poesía es un vehículo hacia un lugar indeterminado. Ahondaría, pues, el poema en aquello que resulta inefable, en un intento de saltar los abismos y ofrecer una remozada visión del misterio. Amén de, una vez provocada la disolución del yo por contacto con lo otro, retomar la indisoluble contemplación de la unidad del yo y el mundo.Tercer
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de Poesía Canariab) Poesía, procesos postindustriales, globalización y tecnologías
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Este epígrafe pretendía ahondar en las influencias y relaciones que se hayan establecido o puedan hacerlo entre los procesos más desarrollados y conspicuos de nuestras sociedades, agrupados e inmersos en el seno de la economía, la ciencia y los avances tecnológicos, con el discurso poético.
CongresoLa concepción que desplegó Antonio Orihuela ante esta perspectiva fue la de una crítica al sistema macroeconómico imperante y que aherroja a nuestras sociedades culturalmente. La literatura, al parecer de Orihuela, se ha aislado y autodesterrado de otros discursos culturales para sufrir una normalización, un proceso de estandarización que mina el germen natural que ha vivificado la poesía desde los albores del siglo XIX y de manera prominente en el decurso del siglo pasado. La dialéctica que habría entablado la poesía con el sistema capitalista se caracterizaría por tres elementos pauperizadores de la misma, y que son: el aislamiento estético, el conformismo cultural y la inadaptación positiva.
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Acaso los fenómenos de mayor incidencia cultural actualmente son la globalización, que se erige en una forma de represión de la diversidad, procurando una homogeneidad en la idiosincrasia de las diferentes poblaciones que subyuga con sus alocuciones, y la técnica, como esquema sintetizador de los anhelos de la idea asociada a la modernidad de un progreso ilimitado a cualquier costa, y cuya naturaleza favorece el distanciamiento de las clases amén de conformar un bucle cerrado alrededor de su dibujo que sincroniza creación y destrucción.
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Ante tal situación, la escritura podría afirmarse que no debe convertirse en un molde estético de evasión, quedando sojuzgada bajo el dominio de esos imperativos socioculturales, y que hallaría remedio en una proba plasmación que asumiese la realidad de su tiempo desde una ineludible radicalidad.
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La participación de Nicolás Melini se circunscribió apenas a una crítica al formalismo imperante que, según él, prosigue en la poesía, y que es alentada por numerosos sellos editoriales. Este formalismo cuajaría en ciertas concepciones de la poesía en función del verso regular y la métrica [sic]. Esgrimió el desiderátum de abandonar dicho canon formal en aras de una poética contaminada, uno de cuyos pilares podría sustentar como ejemplo Charles Bukowski.
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Acaso la percepción más singular e interesante de la mesa fue la de Daniel Bellón. Conocido por su activa presencia en diversos espacio de internet, ofreció su experiencia en este sentido, además de elucidar una posible utilización mayoritaria de este medio para la difusión de la poesía.
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Internet, con su modelo de red sin centro fijo es un acicate para que todas las regiones periféricas adquieran visos de centro, y se difumine la relevancia proporcional de los mismos centros culturales imperantes a favor de la multiplicidad. También se canaliza a través de internet una propuesta nada desdeñable de entender el poema en un sentido fuera de lo físico supuesto por el volumen, el libro: las tentativas que habrían consolidado en la poesía visual, por ejemplo, encontrarían cauces muy fértiles y de alcance insospechado para la expresión.
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Otro experimento que se avizora es el de la composición colectiva de los poemas, hecho de por sí que no sería nuevo, pero que retrotraería a los orígenes de la lírica como canto y expresión anónima. También, en este ejercicio de recuperación de lo tradicional primigenio en el universo de la vanguardia tecnológica, cabría la posibilidad de rescatar la capacidad de transmisión oral de los poemas, y de establecer así ese vínculo directo entre emisor y receptor -ya que la designación de lo escrito quedaría en desuso en virtud de lo oral, y tampoco podría hablarse ya de lector sino de oyente o de interlocutor en toda regla- que se perdió por la transmisión de la obra en su formato gráfico.
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Los otros dos participantes de esta mesa apenas aportaron algunas leves esquelas en torno a procesos visualizados en la actualidad. Así, Antonio Martín Medina citó la manipulación política de la realidad y el establecimiento de una ficción ante los párpados sociales, declarando además, que la calificación de nuestras sociedades con el epíteto de comunicativas, entrañaba la paradoja de ser precisamente sociedades tipificadas por una precariedad en el acto de comunicación primordial. En parejo sentido se expresó Dolores Campos Herrero, denostando los efectos perniciosos del consumismo y la estética vacua que rodea a la normalización de las sociedades modernas democráticas, y apuntalando el compromiso de la poesía en cuyas vísceras podríamos buscar alivio espiritual en vez de acudir a las terapias masivas preñadas de los mismos valores pauperizados de la sociedad contemporánea.
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Notas:
[1] He de acotar aquí humildemente que no creo que los vincule el hecho de ser carentes de fines en sí mismos: ahondando un poco más, tampoco comparto que dichas experiencias no tengan fin en sí; si algo los une no es a través de un juicio de finalidad, como vías de experimentar la trascendencia, ya que la poesía rebasa esa intuición (quiero decir que aunque se pueda experimentar la trascendencia mediante lo poético, también puede incardinar referencias diversas que no postulen necesariamente una sensación espiritual y existencial de lo trascendente, aparte de que esto adquiera gran relevancia), aunque haya por ahí un pequeño nexo: lo decisivo, a mi parecer, es que ambas son formas de responder a lo incognoscible, id est, las uniría, a la espiritualidad y la poesía, una relación de origen común, no por obrar de igual modo. He de suponer que, a pesar de no incidir más en esta visión, Ernesto Suárez con toda probabilidad daría su asentimiento.
[2] Dice Paul Celan en su Discurso de Bremen: «El poema, en la medida en que es, en efecto, una forma de aparición del lenguaje, y por tanto de esencia dialógica, puede ser una botella arrojada al mar, abandonada a la esperanza –tanta veces frágil, por supuesto- de que cualquier día, en alguna parte, pueda ser recogida en una playa, en la playa del corazón tal vez. Los poemas, en este sentido, están en camino: se dirigen a algo. ¿Hacia qué? Hacia un lugar abierto que invocar, que ocupar, hacia un tú invocable, hacia una realidad que invocar».

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