martes, 26 de abril de 2016

La libélula o el aleph de Amelia Rosselli

Reseña del poemario La libélula de Roselli editado por Sexto Piso


Hace un par de años la editorial Sexto Piso inició una excelente colección de poesía que ha ido consolidándose paso a paso con magníficos títulos. Ediciones de poemarios inéditos en castellano de grandes autoras como Eso o Alfabeto de Inger Christensen o El color del tiempo de Clarisse Nicoidski. Acabo de terminar de releer La libélula, de Amelia Rosselli (con traducción de Esperanza Ortega) y me resulta difícil intentar articular un discurso sobre semejante volumen, sobre todo porque el texto rehúye cualquier fijación, como si su anhelo fuese permanecer en la mudanza, en las formas líquidas.



Hija de activistas políticos de izquierda, Rosselli nació en París en 1930. Su padre fue asesinado por orden de Mussolini. Tras ello, la familia se desplazó por numerosos países hasta que, a mediados de siglo, Amelia regresa a Italia. Allí trabajará como traductora, se interesará por cuestiones de teoría musical y se dará a conocer como poeta. De su obra afirmó Pier Paolo Pasolini, creo que con gran acierto, que era una “escritura de lapsus”.

La Libélula (cuyo subtítulo es Panegírico de la Libertad) está concebido como un poema unitario. Semeja una gran pieza musical con sus ondulaciones, no exentas de altibajos. Es un poema que es un microcosmos verbal por el que desfilan desde el amor hasta la rabia o la desazón, el pensamiento sobre el existir y la oscuridad del mundo, perplejidades y ensoñaciones varias, la divinidad y el amante, la memoria y el exilio ontológico. Si pudiésemos concebir una sucesión de fragmentos que perfilasen una imagen mental del aleph borgiano, sin duda su estructura y su sentido se aproximarían a cómo concibió Rosselli su poema. El ritmo desbocado y alucinatorio de muchos pasajes contrasta con modulaciones formales basadas en los paralelismos, las reiteraciones, las aliteraciones y anáforas. Toda una pléyade de dispositivos que muestran y ocultan, que presentan la materia poética como un océano rítmico con sus periódicas mareas. Acaso no de otro modo opere el pensamiento, en un constante flujo de vueltas y revueltas. La libélula contiene infinidad de poemas en potencia, a veces solo esbozados en algunos versos.

Su inicio, algo flojo, contrasta también con la prolijidad y la riqueza de pasajes ulteriores. Comienza de esta guisa:

“La santidad de los santos padres era algo tan
mudable que yo decidí apartar cualquier duda”.

Luego llega a aseverar que

“(...) Las riendas
se me escapan si no respeto el poder de la
racionalidad (...)”

Recojamos algunos versos que pueden leerse como claves interpretativas de la propia obra:

“(...) ¿entonces qué nueva libertad
buscas entre las cansadas palabras?(...)”.

“Y el hablar entre líneas será nuestro juego
del destino (...)”.

“Y la estética no será ya nuestra alegría nosotros
iremos en pos de los vientos con el rabo entre las piernas
en un largo experimento”.

Así, pues, libertad, experimento, lectura entre líneas. Hay un ataque a la lengua de la santidad (petrificación que entrañan todos los credos) tras lo que escribe:

“(...) En el carácter reside el poder de sobrevolar
las estrellas, reine mi voluntad sobre las
estrellas y sus noches. Yo no apelo a nada
y no tengo ningún credo con el que iniciar mi larga
apelación, así que silentes seáis las noches reales como
la flor que se deshoja”.

Los registros varían a lo largo del volumen: de la irreverencia expresada en tono más bien llano, puede pasar a alocuciones o imprecaciones casi visionarias, enérgicas, y disolverse en algún momento prosaico. Habla del odio, luego de la divinidad. Hay autoanálisis, ponderación de sí y hasta hastío y autoindulgencia:

“Recuerda que yo fui de los más esforzados
entre los caballeros de la orden de los vicios (...)”.

Incertidumbre: frente a poéticas de una concepción afirmativa, la de Roselli evidencia aquí su sustento en la duda, en el desconocimiento, en la enunciación de la ignorancia:

“(...) no sé si entre las pálidas henchidas
tinieblas de la miseria entrarás tú a celebrar.
No sé si entre las pálidas fuentes de tus cantos
la luz se eleva por encima de los monumentos, no sé
si entre la pálida hierba y la flor, no sé si entre
el pálido sol y la alegría, no sé si entre la
alegría y el dolor, no sé si tú visitarás las
tumbas de los cristianos que penden de mi garganta abrasada
por el mal. No sé interpretar la larga línea del porvenir,
allí no hay luz ninguna y la plegaria, no sé si
la plegaria muere”.

No escasean las imágenes insólitas de gran belleza: “el mar es un bombardeo de insectos”. Habla de la caridad, de la piedad, del amor, y fluye por el poemario una extraña relación con el cristianismo. Ángeles del atrevimiento, riesgo:

“Hallad a Hortensia: su mecánica es la soledad
eyaculatoria. Su soledad es la mecánica
eyaculatoria. Hallad los gestos monstruosos de Hortensia:
su soledad está poblada de espectros (...)”.

Un monumento verbal digno de continuas relecturas para atisbar, como aquel personaje borgiano asomado al aleph, la multiforme, discordante y huidiza realidad  -a veces caótica, muchas veces banal- del universo.

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