domingo, 5 de septiembre de 2010

El Quijote y y el juicio antirromántico

El año 2005 se festejó, por todo lo alto, el cuarto centenario de la publicación de la primera parte del Quijote. Ya se sabe qué ocurrió entonces: publicaciones, ristras de páginas y páginas, tinta vertida con descaro y sin ella. Precisamente por la conmemoración, la revista de poesía editada por la Casa de América, La estafeta del Viento, editó una pequeña separata titulada Diccionario Quijotesco, donde numerosos autores (y algunos editores) valoraban ciertos conceptos y nombres del universo quijotesco. Como la novela misma de Cervantes, el diccionario en cuestión simulaba un pequeño caos donde la lucidez y el anacronismo se daban cita. A la reiteración de dictámenes ya clásicos, verbigracia, la frase final de la entrada escrita por Ángel González ("Una gran parte de la humanidad ve en él [en Don Quijote] la proyección de su propia imagen"), y a cierto regusto interpretativo heredado del período romántico europeo, me pareció ineludible contraponer una breve y punzante meditación de Rafael Cadenas que reproduzco a continuación (la entrada del poeta venezolano venía bajo el epígrafe Encantadores):
El libro principal de nuestro gran amigo Cervantes me parece hoy, en el fondo, una reivindicación de la realidad, la que de continuo le impone sus términos al protagonista derribándolo, abatiéndolo. Pero quienes la representan -Sancho, el cura, Sansón Carrasco y otros- son menos atrayentes, hasta considerados como anti-héroes, si bien ya se tiende a revisar ese modo de verlos. Ante sus constantes derrotas, don Quijote echa mano de un recurso lamentablemente usual en el ser humano: quitarse culpa, proyectándola en unos personajes invisibles, los encantadores, que "le mudan y truecan" sus cosas al valiente caballero. Pasa a ser víctima no de la imperiosa realidad, sino de encantamientos.
Esa presencia contundente de la realidad es de lo más zen del libro. Oponerse a ella y sufrir derrota tras derrota lleva a la cordura. Me interesa este aspecto por lo actual del mecanismo psicológico de la proyección, que suelen usar tanto personas como gobiernos, y por permitirme señalar el hecho de que siempre se ha exaltado el ideal pero no se ha visto su irrealidad, lo que ha traído consecuencias imaginables.
Aquí cabría engarzar el problema que ha planteado históricamente el utopismo por ausencia de pragmatismo, precisamente. La cuestión es que Don Quijote no es un modelo a seguir, y el hecho de que nos parezca digno de admiración es ya un hecho sintomático. No se trata de ser el barbero o el cura, sino de una instancia que, en pos de valores ideales innegablemente deseables, se fundamente en una praxis posible, coherente. Don Quijote vivió loco y murió cuerdo, como él mismo reconoce. El problema es que, para llegar a trabajar por valores justos, haya debido concurrir en él la enajenación mental. No era locura el querer ser caballero andante, sino el ver gigantes donde no los había o juzgar rebaños de ovejas como ejércitos. Una célebre frase de Oscar Wilde es significativa al respecto: "Un mapa del mundo que no incluya Utopía no merece siquiera la pena mirarse, porque excluye el único país en el que la humanidad desembarca siempre. Y cuando la humanidad desembarca allí, observa y, viendo que existe un país mejor, larga velas. El progreso es la realización de la utopía". Esto es, la utopía es necesaria, porque ella sustenta en gran medida no sólo las ansias de la humanidad, sino porque su defensa ha posibilitado en gran medida el progreso (concepto que merecería una discusión aparte). No obstante, dicho progreso, aun bajo la órbita del utopismo, ha ido acompañado de fenómenos y acontecimientos deleznables, ominosos. Y esos crímenes los han obrado los mismos que decían defender los ideales utopistas. ¿Por qué hemos consentido que ocurriera tal desviación del recto ideal? Porque mientras los ideólogos vueltos criminales -o viceversa- organizaban sus fechorías, muchos se dejaban engañar viendo gigantes donde sólo había molinos, degollando simples e inocentes corderos influidos por el vocerío de los ideólogos criminales que, anegados ya en su propia paranoia conspiratoria, querían hacernos ver violentos ejércitos. En cierto sentido, no debemos tomar a don Quijote como modelo ético dado que podemos incurrir en creencias sustentadas, no en los principios planteados idealmente, sino en intereses sostenidos hábilmente por duques perversos disfrazados de salvadores de la humanidad.

2 comentarios:

esquinaparadise.blogspot.com dijo...

¿Por qué siempre hemos de ir a los lugares comunes? ¿No convendría que nuestra cultura, o más bien, nuestros planteamientos entraran en un proceso desmitificador? Es justamente lo que hace rafael Cadenas y tú en tu análisis de sus palabras. y esto no arroja oscuridad sino luz.
Por ejemplo, ¿cómo es posible mitificar la vanguardia si la verdadera vanguardia siempre fue iconoclasta y por tanto sometida al cambio necesario? Deja de ser vanguardia desde el momento que se sube al púlpito de los templos.
Un abrazo.

Daniel Bernal Suárez dijo...

Cada época y cada sociedad eligen sus santuarios sobre las ruinas de lo sagrado pertérito. Necesariamente, por el mismo comportamiento grupal, la sublevación o subversión de esos valores, además de ser tarea de titanes, suele ser de individuos o grupos minúsculos (es muy difícil siempre oponerse a los rebaños). Por ejemplo, hay un artículo de Larra, El casarse pronto y mal, donde, partiendo de una supuesta anécdota familiar, el autor esboza la adopción de criterios y comportamientos que luego cambian -por parte de una supuesta hermana suya- pero sin efectuar lo verdaderamente interesante: interrogarse sobre la idoneidad y el significado real de sus acciones.
En cuanto al utopismo, como forma de revolucionar o modificar, sea en el grado que sea, la sociedad, hay quien todavía esgrime opciones políticas que describían o criticaban aspectos de la sociedad industrial decimonónica, sin comprender las transmutaciones de nuestro mundo en las dos últimas décadas. Quizás lo interesante sea buscar opciones no existentes en la teoría, reformularse teoréticamente la alternativa, en vez de adscribirnos sin más a una opción utopista pretérita que ya haya exhibido sus propias contradicciones y errores.
En cuanto a lo que comentas, Antonio, de la institucionalización de la vanguardia, totalmente de acuerdo contigo. Pero quizás haya que modificar el mismo concepto asociado. La revolución intelectual y crítica no sólo supone un cambio de paradigmas, sino que, acaso, ese cambio de paradigma, aparte de devenir como desarrollo de una óptica distinta, deba, en primer lugar, replantearse el lenguaje mismo en que se ha de expresar. Volvemos a la cuestión del lenguaje. Hay que enfrentarse, una vez más, con la eticidad de la costumbre, como decía Nietzsche. Y a lo mejor no andaríamos muy mal encaminados si, para reformularnos los principios de ese mismo lenguaje institucionalizado, recurriéramos al filósofo alemán cuando decía: "¡Y cuán lejos estamos áun de poder añadir al pensamiento científico también las fuerzas artísticas y la sabiduría práctica de la vida, de que se forme un sistema orgánico más alto, con relación al cual el sabio, el médico, el artista y el legislador, tal como nosotros los conocemos ahora, tendrían que aparecer como precarias vetusteces!". Por esos caminos de la heterogeneidad andan algunos, lo que ocurre es que el cierre institucionalizador opera en su contra. Saludos.