Ruido o luz. Ernesto Suárez, Daniel Bellón y Carlos Bruno. Amargord Ediciones. |
Lo
primero que quisiera resaltar de este poemario, Ruido
o luz, es su generación como obra
colectiva o, si se prefiere, de autor colectivo. En efecto, se trata
de la particular conjunción creativa de Ernesto Suárez, Daniel Bellón y Carlos Bruno. Tres poetas que portan,
a sus espaldas, una trayectoria
específica y que se han vinculado en varias ocasiones para realizar
proyectos como el de Cartonera Island,
la revista La casa transparente
o las ediciones de La calle de la costa.
Lo interesante es, pues, que hayan decidido abolir su autoría
individual para favorecer una creatividad del hallazgo común. En
nuestras sociedades del hiperindividualismo -donde
la conciencia narcisista ha sustituido a la conciencia política,
para decirlo con palabras del filósofo Gilles Lipovetsky-,
en las que la nutrición del ego está a la orden del día, una obra
colectiva trabada a ratos por la amistad, las alianzas fortuitas o
premeditadas, implica una crítica y un rescate. El de la idea del
arte como fenómeno compartido.
Ruido
o luz se divide en cuatro secciones más
un prólogo y un epílogo. El poemario se organiza de tal modo que
existen unos hilos conductores principales que atraviesan las cuatro
secciones, y unos hilos conductores secundarios, propios de cada una
de ellas. Se observa una pulsión primera que late bajo todo el
poemario de diálogo y comunicación del poema con el universo
discursivo de las ciencias, especialmente con la cosmología. Ya en
el poema-prólogo se visualiza una imagen paradigmática: los niños
contemplan las estrellas hoy, bajo la cúpula de un
planetario, como nuestros antepasados en plena noche. Observación
que instauraría el asombro primigenio ante la inmensidad del cosmos,
donde esos niños “Sólo ven puntos / desordenados”.
Esta
impronta de la cosmología es
más palpable en la primera parte
del poemario titulada Luz y sombras.
Así, asistimos a la “extraña condición” que supone el
lanzamiento del telescopio espacial Hubble (Tras
el azul) o a la constatación de que
nos cruza el zumbido de la radiación que proviene del origen y, por
ello, podemos considerarnos “hijos de la detonación” (Aún
más al fondo de ese fondo de microondas).
Los hitos que nos desvela la ciencia como un componente mágico y
fascinante.
En
la segunda parte, Pérsicos,
se suma el referente
de Omar Jayyam, quien fuera poeta, matemático y astrónomo.
Podríamos decir que es un alusión
ineludible en cuanto tiene de convergencia de lo poético, y de lo
humanístico en general, con las ciencias, sirviendo así de puente
entre lo que el físico Charles Percy Snow llamara las dos culturas. Se sitúan estos poemas
bajo la advocación del autor de las Rubaiyatas
(y de
su vertiente vitalista y exaltadora del goce y el conocimiento)
y en ellos también encontramos una reflexión crítica sobre el
fundamentalismo. Los tiempos y los espacios se entreveran: la voz
poética que corresponde al astrónomo sirve como puente para
reflexionar sobre nuestro presente. En efecto, el astrónomo bebe
“para olvidar las noticias que llegan / de Bagdad bombardeada”. A
partir de aquí, precisamente, otro de los hilos conductores del
poemario será cierta noción crítica que, al tiempo que vindica la
diversidad cultural que caracteriza al animal humano, señaliza
aspectos nefandos como la explotación asociada a la extracción en
minas de diamantes o el cambio climático, por ejemplo.
En la cuarta parte, Rotaciones
y traslaciones, los
poetas introducen reflexiones sobre el ser humano a través de la
mezcla de aspectos mitológicos, con un naturalismo que nos lleva
desde el resto de seres vivos al propio hombre.
En Ruido
o luz existe una
voluntad de concurrir
en el espacio
de la
autoría que se
traslada no solo a la temática de los textos, sino también a su
lenguaje. Cierto
es que pueden identificarse algunos tics propios de la voz de cada
uno de los poetas, pero el grado de confluencia es mayor y viene dado
por la concisión expresiva, la transparencia, y la relevancia de
las pausas y elipsis.
En ocasiones, se introducen vetas de narrativismo o de amplios
fragmentos de naturaleza descriptiva, pero el eje de gravedad de los
poemas suele ubicarse en el maridaje entre esa concisión de la que
he hablado y la fulguración sutil. Un extrañamiento que deriva, en
muchas ocasiones, de algo que podríamos referir como una estructura
bimodal sorpresiva:
los fragmentos
descriptivos-narrativos suelen desarrollar un aspecto de naturaleza
científica
para, a determinada altura del poema -cerca del final- cambiar el
sujeto o la enunciación de manera que se establece un enfoque
distinto. Esta forma de proceder puede verificarse, si se me permiten
los términos, tanto en sentido inductivo como deductivo. Quiero
decir: o bien se inicia el poema con una enunciación de carácter
reflexivo o científico sobre algún aspecto del universo para
terminar incurriendo en lo concreto y personal, o principia con la
enunciación científica particular para arribar a una generalización
abstracta de mayor hondura.
Cada texto concluye con una
coordenada alusiva
a distintos
lugares del globo terrestre. Estas coordenadas configuran un
itinerario relacionado con cada poema, pero observadas en conjunto
refuerzan una de las nociones que deriva de la lectura de Ruido
o luz. Todos los
seres humanos han visto a lo largo de sus vidas las estrellas
impresas sobre la bóveda celeste. Nuestros antepasados aprendieron a
utilizarlas como guía de navegación. De contemplarlas a simple
vista hemos pasado a radiografiar sus entrañas mediante avanzados
instrumentos tecnológicos. Existe, pues, un hermanamiento en el
universal humano a través de esta visualización común a toda
nuestra especie. Las
coordenadas representan, también, hitos de las equivalencias de las
culturas humanas, de sus similitudes y singularidades. No está de
más recordar que se sitúan al final de los versos casi como los
datos grabados en los discos de oro de las sondas Voyager:
para
dar testimonio de la estela de nuestro acontecer.
El volumen se cierra con un poema que
nos refiere la “levedad en el rigor”
del paso de los
ciervos celestes, entes mitológicos de los que Borges, en El
libro de los seres imaginarios,
nos informa que viven en subterráneos y que engañan a los mineros
para poder salir a la superficie. El poema concluye que esa “levedad
en el rigor” procede de manera análoga a “la mudez sonora del
mundo”. La mudez
sonora del mundo:
en su aparente silencio u oscuridad, el universo no deja de emitir
signos, sean ruido o luz. Vale decir: información.
¿Acaso, como escribieron los físicos
Seth Lloyd y Jack Ng en un artículo sobre computación en agujeros negros,
el Universo se
computa -procesa- a sí mismo, se piensa mientras se despliega en el
espaciotiempo?
El presente artículo apareció publicado originalmente en el suplemento cultural El Perseguidor, del periódico Diario de Avisos, el domingo 1 de febrero de 2015.
2 comentarios:
Hola, Daniel. Disculpa que irrumpa aquí en este momento. He perdido la comunicación contigo por haber cerrado Facebook y todas mis cuentas. Espero que me puedas facilitar alguna cuenta de correo vigente para poder escribirte, que hace tiempo que quiero hacerlo. Estaré visitando este blog para ver si recibo respuesta. Saludos. Atentamente, Daniel Martínez, de México.
Hola, tocayo. Qué alegría volver a saber de ti. Sigo conservando la última dirección de correo que debes tener. Te escribo, de todas formas. Un saludo desde la otra orilla.
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