Toda
confesión comporta un acto de intimidad y, a un tiempo, de
narcisismo. Yo quisiera empezar este breve comentario ejerciendo
dubitativamente esa acción dual, ya que fue ella la que,
accidentalmente, me llevó al encuentro de Cul-de-sac, de
Mercedes Cebrián. Y no es más que la atracción no-gravitatoria que
ejercen en mí los libros de pequeño formato. Cul-de-sac es
una de esas "cápsulas literarias portátiles de lectura
instantánea" (según reza en la segunda página del volumen)
que ha editado la curiosa e interesante editorial Alpha Decay bajo el
sello Alpha mini, que define la colección de dichas micropíldoras.
La feliz y amarillenta conjunción del formato y la escritura de
Mercedes Cebrián obraron una fluorescencia mental de incalculables
rastros.
Empecemos
por referirnos al título: Cul-de-sac, algo así como callejón sin
salida. ¿Qué rara fabulación teje Mercedes Cebrián aquí? Cul-de-sac narra la asimilación de ciertos motivos (caligramas chinos,
colores representativos de un clan escocés) por parte de unos
diseñadores, para aplicarlos en la producción de objetos del hogar.
Esos motivos, que son portadores de un significado en sus respectivos
contextos espaciotemporales, se ven despojados, sometidos a un
vaciamiento que los trivializa, pasando a ser un mero sucedáneo
comercial de aquello que representaban originalmente. En ese proceso
de vaciamiento hay una pérdida de sentido, una reinterpretación de
la historia.
Vivimos
inmersos en múltiples sistemas de códigos que configuran lenguajes
diversos, pero esos lenguajes nacen y mueren, se transforman, pierden
su sentido y se re-significan.
El
relato de Mercedes Cebrián juega con el lector: en su brevedad y con su comedido tono lúdico, nos confronta con el
problema de la interpretación:
"Películas
en las que alguien pretende leer mensajes encriptados donde no los
hay -en la cenefa de la pared, en el periódico- las hemos visto
todos, pero encriptar no es la intención que Mireia y Raventós
albergan hacia nosotros. Y ya que ni ellos encriptan ni nosotros
padecemos de paranoia, entonces, qué nos pasa, doctor, ante los
sistemas con potestad para significar, por qué esas ganas de
interpretarlo todo. Prohíbanos todos los alfabetos, la letra china,
árabe, cirílica. Recétenos simples entramados de líneas y
superficies de colores, meras rayas o estampados de cuadros, el
equivalente a una temporada en el balneario, alejados por completo de
la semiótica." (p. 16-17)
Cambios
de narrador, fabulación a través de hipótesis, superposición al
relato de diálogos directos sobre cómo surge la elección de
colores que representan a un clan escocés en el siglo XVII,
persistentes repeticiones que recalcan lo absurdo o baladí del
significado de los signos usados por los diseñadores, así como el
humor y la ironía, todo dispuesto en esta diminuta narración (a
ratos aséptica, a ratos incisiva) para convocar un don escaso: la
inteligencia irónica.
Cul-de-sac, de Mercedes Cebrián: narración lateral de la transmutación
temporal de los signos y su re-significación a través de su uso
ulterior. Y es que, "no somos inmunes al significado" (p.
14). Así, toda lectura añade capas de sentido al texto originario
-mediados por la evolución del lenguaje, generación de nuevos usos
y olvido de otros-, convirtiéndolo realmente en una suerte de
palimpsesto. Somos, indefectiblemente, los seres de la significación:
incluso cuando, al final del texto, los diseñadores se decantan por
la tendencia de un blanco pulcrísimo, sin mácula o escritura
alguna, deciden que los objetos destaquen por su textura. ¿Es,
quizás, esta alusión final a la textura una suerte de metáfora de
la imposibilidad de no-comunicar?
La
historia es, al fin y al cabo, un conjunto de sucesivas lecturas
erróneas.
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