Cuando
vemos un sujeto precedido por su sombra, no cabe la menor duda al
respecto: está caminando, dirigiéndose a nosotros con el sol a sus
espaldas. Leer, pues, un volumen precedido por el aura del autor, en
este caso el crítico y profesor de literatura española
contemporánea en la Universidad de Barcelona Fernando Valls [1],
si dicha aura es favorable, puede llevarnos a la confrontación con
una realidad ambivalente como representa, por sus aciertos y sus
ausencias, Soplando vidrio y otros estudios
sobre el microrrelato español. El libro
parece concebido como un pórtico de iniciación al microrrelato para
aquellos lectores que desconozcan el género. Se observa, a través
de los distintos ensayos, un excesivo énfasis en la descripción de
las tramas y una escasa atención al hecho interpretativo y al
análisis formal.
Sí
resalta, en cambio, la voluntad de trazar una cierta genealogía del
microrrelato español, que Valls hace partir de Juan Ramón Jiménez,
Ramón Gómez de la Serna y Federico García Lorca, en una primera
etapa (años 20 y 30 de la pasada centuria); y una segunda, ya en los
años cincuenta y sesenta, donde destacarían sobre todo Ana María
Matute (Los niños tontos,
1956), Max Aub (Crímenes ejemplares,
1957), Ignacio Aldecoa (Neutral corner,
1962) y Antonio F. Molina (La tienda ausente,
1967; Los cuatro dedos,
1968; Dentro de un embudo,
1973; Arando en la madera,
1975). Durante la posguerra, numerosos autores abordarían la
escritura de microrrelatos, bien de modo ocasional, bien con mayor
insistencia (verbigracia: Tomás Borrás, Álvaro Cunqueiro, Juan
Perucho, Francisco Ayala, Samuel Ros, José María Sánchez-Silva,
Camilo José Cela, Jorge Campos, Francisco García Pavón, Alfonso
Sastre, Rafael Sánchez Ferlosio, Manuel Pilares, Lauro Olmo, Medardo
Fraile, Esteban Padrós de Palacios o Fernando Quiñones).
Desde los años 60 y hasta los 80, llegan a España volúmenes poblados de microrrelatos de autores de la otra orilla del Atlántico como Borges, Cortázar, Juan José Arreola y Augusto Monterroso (recordemos, de paso, que a las primeras muestras de microrrelatos entre nosotros antecedió la escritura de los mismos por parte de autores hispanoamericanos como Rubén Darío y Vicente Huidobro). Sin embargo, hasta los años ochenta no se formaría una conciencia plena de estar enfrentándose, por parte de los autores españoles, con un género nuevo, portador de unas singularidades que lo diferencian del mero cuento o relato corto. Esta comprensión del alcance y posibilidades del microrrelato se cimentaría en una serie de títulos que darían carta de naturaleza al nuevo género, tales como Historias mínimas (1988) de Javier Tomeo, la antología La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas (1990) compilada por Antonio Fernández Ferrer, y el volumen de Luis Mateo Díez Los males menores (1993) [2].
Desde los años 60 y hasta los 80, llegan a España volúmenes poblados de microrrelatos de autores de la otra orilla del Atlántico como Borges, Cortázar, Juan José Arreola y Augusto Monterroso (recordemos, de paso, que a las primeras muestras de microrrelatos entre nosotros antecedió la escritura de los mismos por parte de autores hispanoamericanos como Rubén Darío y Vicente Huidobro). Sin embargo, hasta los años ochenta no se formaría una conciencia plena de estar enfrentándose, por parte de los autores españoles, con un género nuevo, portador de unas singularidades que lo diferencian del mero cuento o relato corto. Esta comprensión del alcance y posibilidades del microrrelato se cimentaría en una serie de títulos que darían carta de naturaleza al nuevo género, tales como Historias mínimas (1988) de Javier Tomeo, la antología La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas (1990) compilada por Antonio Fernández Ferrer, y el volumen de Luis Mateo Díez Los males menores (1993) [2].
.
Amén
de referir la multiplicidad de nombres con los que se han bautizado
los textos narrativos mínimos [3], Fernando Valls articula
una definición amplia e inclusiva de microrrelato que no obvia
algunas de las características adquiridas durante la evolución del
género:
.
“El microrrelato es un género narrativo breve que
cuenta una historia (principio este irrenunciable) en la que impera
la concisión, la elipsis, el dinamismo y la sugerencia (dado que no
puede valerse de la continuidad), así como la extrema precisión del
lenguaje, que suele estar al servicio de una trama paradójica y
sorprendente. A menudo, se presta a la experimentación y se vale de
la reescritura o lo intertextual; tampoco debería faltarle la
ambigüedad, el ingenio ni el humor. Al aislar y centrarse en el
desarrollo de una sola acción, en torno a unos pocos personajes, se
intensifica su significado, cargándose de densidad, algo que no
ocurre en aquellas narraciones en donde una determinada acción suele
presentarse junto con otras distintas, compartiendo su protagonismo.
Su estrategia compositiva, como si de un relámpago de sentido se
tratara, consiste en arrancar de inmediato para acabar al instante,
mientras que en el cuerpo del texto, que es donde realmente se la
juega el escritor, no puede haber errores ni vacilaciones, puesto que
gran parte del tejido narrativo debe permanecer elíptico o
sobreentendido” (p. 20)
.
Otras
peculiaridades de los microrrelatos apuntarían hacia la
intensificación de los procedimientos retóricos propios del cuento,
especialmente los juegos lingüísticos, la transformación de
motivos literarios, la recreación de frases hechas y topoi
de la cultura universal, además de su filiación con otros géneros
breves como la fábula, el aforismo, el poema en prosa, la greguería
o el mensaje publicitario. A pesar de estos parentescos, Valls
establece diferenciaciones taxativas y critica cierta laxitud en la
concepción del microrrelato:
.
“No en vano, pasan por microrrelatos frases
ingeniosas, cuando no meras ocurrencias, anécdotas o chistes más o
menos disfrazados de historias” (p. 304)
Fernando Valls |
.
Una
recomendación sensata del autor, singularmente relevante en nuestra
época que favorece -en parte y no de modo exclusivista como alertan
los apocalípticos- el
consumo masivo, raudo y superficial de productos
culturales homogéneos
y de
escasa entidad (pudiendo remitir, por tanto, a fenómenos de lectura
dispersiva y distraída), es la remisión
a la lectura pausada, discontinua [6]
y atenta de cada texto:
.
“Un libro de
microrrelatos no debe encararse como una novela, ni siquiera como un
volumen de cuentos. Su propia naturaleza exige que se lea en pequeñas
dosis. Lo más adecuado es ir recorriéndolo poco a poco, con una
cierta parsimonia, yendo y viniendo entre sus páginas, a fin de
evitar empacharse uno con tantas historias distintas.” (p. 243)
.
Soplando
vidrio no está exento de alguna luminosa contradicción [7]
y de vacilaciones, incluyendo un ataque fútil, arbitrario e
infundado a los cibertextos para ensalzar, de paso, la supuesta
figura del lector activo que requiere el microrrelato:
.
“Se trata de un
género exigente [el microrrelato], puesto que quienes se acerquen a
él deberán estar familiarizados con la tradición cultural y
literaria, para poder participar en la comprensión del texto; no a
la manera tosca e infantiloide de los llamados cibertextos, poniendo
o quitando materia, sino comprendiendo lo más profundamente posible
lo que expresa o simplemente pueda sugerirle el autor” (p. 319)
.
En
Soplando vidrio, Fernando Valls recopila algunos ensayos con
reflexiones interesantes sobre el microrrelato español, pero el
conjunto adolece de una exigua hondura (se echa en falta análisis de
mayor calado y menos demora en el ejercicio nimio y tedioso de
continuas enumeraciones y descripciones). Es de agradecer, en todo
caso, la permanente difusión de la obra de múltiples
autores que ofrece Fernando Valls en su labor como crítico y
ensayista, incluso desde su blog, La nave de los locos, que
fue el germen de la antología homónima editada por Cuadernos del
Vigía hace un par de años. Aquí les dejo con una entrada de su blog que hace un breve recorrido por algunas cuestiones fundamentales
del género y con un vídeo en el que dialoga con José María Merino
sobre las formas narrativas breves:
Notas:
[1] Autor de La
enseñanza de la literatura en el franquismo (1936-1951)
y La realidad Inventada. Análisis crítico de
la novela española actual. Ha editado
también las compilaciones Son cuentos:
antología del relato español 1975-1993 y
Ciempiés. Los microrrelatos de Quimera,
amén de sendos monográficos sobre el microrrelato en las revistas
Ínsula y Quimera.
[2] Algunos escritores a cuya
obra dedica Valls sendos ensayos en Soplando
vidrio son: Ana María Matute, Max Aub,
Javier Tomeo, José María Merino, José Jiménez Lozano, Luciano G.
Egido y Pedro Ugarte. También se trata menos profusamente la obra de
Juan Pedro Aparicio, Rubén Abella o Juan Gracia Armendáriz.
[3] El término “microrrelato” fue usado por
primera vez en castellano, con el sentido que le damos hoy, en 1977
por José Emilio Pacheco.
[4] Juan
Ferraté, asimismo, en la introducción a su edición de los Líricos
griegos arcaicos, dice lo siguiente: “Nuestra época ha venido
en adorar todo lo fragmentario, todo lo sistemáticamente deforme o
contingente en las obras de los escritores y los artistas, desde la
ecolalia a los objets trouvés, desde las esculturas de
chatarra a la poesía concreta o «popcreta»
de los brasileños de Sttutgart, todas las roturas y aperturas, en
suma, de que es capaz la obra de arte”. Cf. FERRATÉ, JUAN (2000):
Líricos griegos arcaicos, El acantilado, Barcelona, p.15 .
[5] En:
NIETZSCHE (1999): Aforismos, Círculo de Lectores,
Barcelona, p.8.
[6] ¿Hará
falta rememorar la perogrullada pascaliana sobre la velocidad de
lectura? A saber: “Cuando se lee demasiado deprisa o demasiado
despacio no se entiende nada”. PASCAL (1994): Pensamientos,
Altaya, Barcelona, p. 30.
[7]
Verbigracia, la indefinición sobre los articuentos de Millás, a los
que lo mismo observa como sinónimo de microrrelato (p. 42), que como
un género afín o, ya en el clímax de la contradicción, como algo
completamente distinto del microrrelato (p. 19). Compruébese:
“Estas
singulares piezas, podríamos denominarlas, como gusta a Millás,
articuentos,
aunque en esencia no haya nada en ellos que los distinga del
microrrelato” (p. 42)
“El microrrelato
es un género literario independiente, ni tan joven ya, ni tan
flamante, por lo que no debería confundirse con el aforismo o el
articuento, (...)” (p.19)
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