Una vez más, amanece.
Pasó la guerra, pasó la enfermedad, el hambre, pasó la mano
por el muslo de Antonia y lo encontró semejante al alba
BLAS DE OTERO
Acaba de aparecer publicado un singular poemario escrito por Samir Delgado: Tratado del carnaval en Niza. Poemario que viene a añadirse a una dilatada carrera como escritor y activista cultural y político de este joven autor canario. Podría señalarse como primera nota acerca de este poemario la coexistencia de dos voces claramente diferenciadas; dos voces que han habitado, de modo alternativo y oscilante, la poética de Samir Delgado. En efecto, Tratado del carnaval en Niza se divide en tres secciones (Calendario alegórico de la materia alegre, Pasacalles íntimo de febrero y Apoteosis líquida de marzo), pero la primera de ellas nos remite, en cierta manera, a la línea de fuga que parte de Canarias al sur, bien que remozada y de mayor madurez y alcance (quizás esta sección incluya las mejores piezas que ha escrito el poeta); mientras las otras dos secciones pertenecen al acervo comunicante de Samir Delgado. Estos dos modos escriturales, sin embargo, consiguieron fundirse admirablemente en el anterior poemario de nuestro autor: Banana Split, que obtuvo el premio Emeterio Gutiérrez Albelo en 2010. Banana Split, entiendo, marca un punto iniciático en la escritura de Samir Delgado debido a su intensidad y coherencia programática y lingüística. Y de ese venero emerge ahora Tratado del Carnaval en Niza.
Explicitábamos anteriormente dos modos en la escritura de Samir Delgado: habría que apostillar, no obstante, el rasgo unitario de su poética, que se basa en la concepción radical de la poesía como espacio posible de la utopía. Gran conocedor de la vanguardia insular, Samir Delgado hereda la visión de la escritura vanguardista como conjunción del espacio realizador de la libertad y como crítica: en suma, como revolución formal y ética. Bien es sabido que la revolución ética y política perseguida por los protagonistas de las vanguardias históricas se confabulaba con una nueva visión del hecho estético, que primaba la incardinación de la matriz histórica de realización del ser humano. Esa conexión entre la emancipación del sujeto individual y el sujeto colectivo se lleva a cabo en la confluencia entre surrealismo y marxismo, tal como puede atisbarse, por mencionar a un autor cardinal en la vanguardia insular, en Domingo López Torres y sus textos ensayísticos publicados en Gaceta de Arte, como Surrealismo y revolución (1932) o Psicología del surrealismo (1933).
Escribe Samir Delgado: “Estás dormida página en blanco / con repique de campanas en el sueño / líquido de marzo. Final del carnaval” (pág. 88). Vemos aquí plasmadas dos ideas que se darán la mano a lo largo de todos los textos: urdimbre hecha con la trama del eje amatorio y, como hilo secundario, pero unificador y simbólico, el carnaval. Recordemos que, a pesar de la relación medieval que se efectúa entre la fiesta carnavalesca y el rito cristiano, su verdadera raíz, su manifestación primigenia, viene desde las festividades paganas: así, diversos autores señalan como antecedentes válidos las saturnales romanas o las bacanales griegas. A despecho del disenso existente sobre la posible etimología del término, lo cierto es que parece remitir, en todo caso, a una categoría de significaciones de la carne: como recoge Juan Eduardo Cirlot en su Diccionario de símbolos, el vocablo y la fiesta parecen “asociados a las ideas de orgía, travestismo, retorno temporal al Caos primigenio, para resistir la tensión ordinaria que impone el sistema”. Y es aquí donde hemos de contemplar su introducción en la poética de Samir Delgado: en torno a esa inversión del mundo que trastoca la rigidez de lo cotidiano y normalizado, el carnaval abre un período de liberación festiva, celebración del cuerpo, y, por la misma vía, entraña una crítica al régimen esclerotizado que domestica la experiencia de los instintos, especialmente los sexuales, engendrando el malestar de la cultura según la expresión freudiana. La realización y vivencia del amor, entonces, como un acto de resistencia; resistencia que es, también, un acto de transgresión y júbilo (piénsese en la tentativa surrealista, sí, pero también en su antecesor utópico: Fourier y su enfoque revolucionario bajo el auspicio de la pasión amorosa). Se trata, en cuanto al eje amoroso que fecunda la obra, de una noción que sublima los instantes: la pasión inaugura un tiempo mitológico, remite a un origen nunca conclusivo, sino abierto de manera discontinua a través de esas experiencias fugaces que son nombradas en el poema. Temporalidad de la subversión, la pasión es una manifestación de la libertad, refugio de lo gozoso frente a los embates de la opacidad del mundo y núcleo, asimismo, de la praxis ética como modo de compartir y entendimiento entre dos seres. A la materialización de estos elementos temáticos en el poema cabría aplicarles el concepto de acontecimiento, tal como se refiere a él el filósofo posmoderno Jean François Lyotard a propósito de las micrologías de Walter Benjamin:
“Lo que convierte en acontecimiento el hallazgo de una palabra, un olor, un lugar, un libro, una mirada, no es su novedad en comparación con otros acontecimientos, sino el hecho de que tiene valor de iniciación en sí mismo. Eso solo lo sabemos más tarde. Ha abierto una herida en la sensibilidad. Lo sabemos porque desde entonces se ha reabierto y volverá a abrirse, escondiendo una temporalidad secreta, quizás desapercibida.”
Temporalidad secreta, los instantes rescatados en el poema fulguran como pórtico de entrada a una región donde la impronta totalizadora del tiempo rectilíneo y diacrónico se quiebra para anidar, en ese tiempo otro, el acontecimiento en todas sus dimensiones. En el mismo texto citado, Lyotard certifica: “La guerrilla del amor contra el código de los sentimientos tiene el mismo tenor, salvar el instante contra la costumbre y lo connotado”. Y es que, en muchos poemas, el pronombre que designa a la segunda persona del singular pierde su condición exclusiva de destinatario para adquirir el centro o núcleo de significación mayor: un tú que da sentido al mismo sujeto enunciativo, un tú que configura el cosmos en el momento mismo de fabular el acontecimiento.
Hablábamos al principio de la veta común que unifica la sección segunda y tercera del poemario: allí, los versos son concisos, la enunciación roza la oralidad por momentos, alcanzando un grado de concentración epigramático, y una naturaleza casi aforística (una naturaleza que rescataría el influjo de Brecht, presente en la lírica alemana de posguerra en autores como Erich Fried, o en cierta vía hispánica cuyo representante más conspicuo sería Benedetti o, más próximo temporalmente: Jorge Riechmann). En los poemas encontramos innumerables referencias cinematográficas, filosóficas, guiños a la historia literaria... Además, y en consonancia con lo carnavalesco, hallamos un tono lúdico, juguetón, no exento de ironía. En La actualidad de lo bello, Hans Georg Gadamer estudiaba tres vertientes principales en el arte: el símbolo, el juego y la fiesta. El amor, como el arte, está provisto de sentido en los vértices de estas aristas. Tratado del carnaval en Niza acaso apunte, en definitiva, hacia la necesaria restitución de la plurisignificación del hecho amoroso: dotarlo de una dimensión ética, aparte de su maravillosa experiencia de acontecimiento, y reivindicar su celebración alígera, lúdica, en una espontánea llama de gozo.
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