martes, 17 de marzo de 2015

Szymborska

Szymborska y la memoria del texto: síntesis, divagación y humor


Wislawa Szymborska - Más lecturas no obligatorias

     De la poeta polaca Wislawa Szymborska (1923-2012) se han ido traduciendo al español casi todos sus libros de poemas desde 1996, año en el que recibió el premio Nobel de Literatura "for poetry that with ironic precision allows the historical and biological context to come to light in fragments of human reality", según dictaminó la Academia Sueca. En su discurso de recepción de dicho galardón, la escritora ubicó como motor de la innovación creativa, fuera en el ámbito artístico o científico, la duda. Algo así como una reivindicación socrática, más metódica y exenta de las pretensiones del filósofo ateniense.


    En castellano, tras la edición de la vasta antología Poesía no completa, pudimos acceder a varios poemarios. Aquí, el último  publicado en vida, vio la luz en el sello editorial  Bartleby (quien también publicara la colección de trece poemas póstumos Hasta aquí). Su poesía se muestra oscilante entre una capacidad reflexiva nacida de lo circunstancial -pero que trascendía, a veces, con briosa vivacidad y hondura- y un ímpetu lúdico, realizador e irrealizador a partes iguales de sus poemas. La biografía de la poeta transcurrió sin sobresaltos vitales, pero marcada por dos características que trasladó a su poética: una inusitada curiosidad por todo cuanto le rodeaba y un fino sentido del humor. Quizás la crítica en nuestra lengua haya sido excesivamente indulgente con la poeta polaca.

     Ediciones Alfabia ha publicado dos tomos que recogen parte de sus colaboraciones críticas en la prensa. Entroncados ambos debido a su origen en un mismo afluente, han sido editados con los títulos Lecturas no obligatorias y Más lecturas no obligatorias. Nos referiremos a continuación al segundo. Podemos inferir la datación exacta de las piezas por los años de publicación de los libros que comenta la poeta. Así, pertenecerían a un arco temporal que iría desde finales de la década de 1960 a principios de la década siguiente. Se trata de sucintas recensiones sobre volúmenes de la más diversa índole. De la variedad temática de los libros abordados en esta compilación de notas puede dar cuenta esta exigua enumeración: en el dominio estrictamente literario transitamos desde El Satiricón de Petronio hasta la poesía de Yves Bonnefoy, pasando por el poema de Gilgamesh, el cuento popular polaco, los cantos de Safo, los mitos griegos según la obra de Robert Graves o la poesía griega moderna; pero también afronta textos historiográficos (Los etruscos de Massimo Pallotino, Historia de la cultura bizantina de Hans Wilhelm Haussing o El imperio mongol de Stanislaw Kaluzynski) así como incursiones en libros de psicología (Los problemas psicológicos de las ilustraciones infantiles), de antropología (La vida en el Congo durante los siglos XVI y XVII de George Balandier), cine, física (Los siete estados de la materia), biología (como algún opúsculo divulgativo sobre reptiles venenosos), filosofía o música. Biografías, manuales, diccionarios y antologías varias forman un ecléctico y abigarrado conjunto de lecturas que Wislawa Szymborska acoge con idéntica fruición.

     Por su misma naturaleza, estas piezas (subalternas) constituyen menos un inventario crítico que un catálogo de ingeniosidades instantáneas, de sentencias que condensan determinados presupuestos de la poeta polaca, ora sutiles y lúcidas certidumbres, ora sugerentes bromas.

     A propósito de El Satiricón, propone que «El humor es la más delicada emanación de las costumbres de una época, pero también la menos duradera». Incide en más de una ocasión en algo que suele ignorarse con facilidad: «Las obras de arte, tan alegremente llamadas inmortales, también mueren». Junto a la mortalidad del arte se sitúa la conciencia del cambio y la evolución cultural. De ahí que diga: «Cada época tiene a su Homero. Ha habido un Homero divino, heroico, popular o documentalista. El nuestro es irónico». Cada obra de arte está compuesta por una superposición de estratos de distintas edades y procedencias. De Bonnefoy nos revela que su energía lírica «tampoco es poderosa. En su caso, parece más acertado hablar del pulimiento con brillo de los medios de expresión ya conocidos que de buscar otros nuevos». Al atender La guerra de troya de Aleksander Krawczuk nos deja en preciosa síntesis estas palabras: «Escribir sobre el mito lleva al laberinto». Comentando la cultura bizantina como sucesora de Grecia refiere que «ser el heredero no siempre significa ser un buen defensor de los bienes heredados», lo cual podría servir de objeción para cualquier epígono (y que puede leerse, asimismo, como el reverso o como una paráfrasis de una sentencia de Cicerón en Sobre la naturaleza de los dioses: «La naturaleza de lo que se otorga no revela la intención del donante. En consecuencia, el hecho de que el que lo recibe haga buen uso de lo dado, no significa que le fuera entregado con buena voluntad»). En definitiva, una lectura zigzagueante puede revelar cómo la autora de Fin y principio o Llamada al Yeti poseía una aguda conciencia del agotamiento de lo que los posmodernos llamarían los grandes discursos o narraciones. Su actitud irónica desvela un guiño condescendiente hacia tanta ilusión desmedida. Y es que «La broma es, bajo mi punto de vista, la mejor garantía de seriedad; un aval de que esa gravedad deriva del convencimiento y la elección y no de una limitación psíquica».

     Rescatemos, por último, su apreciación sobre Lichtenberg (no en vano, un espíritu afín al suyo): «fue capaz de ir más allá del siglo XVIII con su peculiar imaginación. El suyo no era un racionalismo cándido, sino que manifestaba tendencia a constructos absurdos y completamente disparatados. A ojos de nuestro gusto contemporáneo, algunos de los comentarios son consumados poemas en prosa, diminutos relámpagos de humor lírico; un lirismo que, por otra parte, se valoraba poco».

     Las anotaciones fugaces que recoge Más lecturas no obligatorias no debieran considerarse, en muchos casos, ni reseñas. A lo sumo, apuntes tomados durante la empecinada trayectoria de la Szymborska lectora. Acaso hoy las pensaríamos como entradas de un blog literario de aliento híbrido entre el periodismo a vuelapluma y el diario de un voluntarioso ejecutivo con poco tiempo para escribir (permítaseme condescender con el estilo de nuestra autora). Amenidad, concisión y sencillez presiden el libro en conjunción con un sentido del humor que actúa, a veces, como gracia volátil y, otras, como rauda detonación crítica. Prosa alígera y conversacional a la que no le falta la chispa de ingenio o el exabrupto provocativo.

     Una reflexión última. La amplia curiosidad lectora de Wislawa Szymborska resuena como una especie de acusación. ¿Cuántos escritores leen, siquiera con la misma displicencia, una monografía sobre antropología, física o historia al tiempo que posan sus pupilas sobre este poema o aquella novela?




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