Parte del texto leído en la presentación de la novela Los cuadernos de Marta, de Isabel Medina, en la Feria del Libro de Adeje 2013
¿A
qué nos remite el título de esta novela? Marta inicia la escritura
de los cuadernos aludidos en el título para buscarse a sí misma,
para interpretarse e interpretar el rumbo que ha adquirido su vida en
contacto con unos jóvenes maestros recién llegados de la Escuela
Normal de Magisterio a su colegio: Lola, Víctor y Pedro. Pero este
libro es más que los meros cuadernos de esta maestra, pues hay
textos que se van intercalando, como las cartas que Pedro le remite a
Marta desde La Palma (una vez que ha finalizado el curso escolar) o
fragmentos en que una desconocida voz en tercera persona nos narra
los acontecimientos. Tenemos, de esta manera, una obra cuyo esqueleto
primordial son estos cuadernos de la protagonista, pero en la que se
insertan otras voces, otras visiones, configurando un mosaico, una
imagen poética de la colectividad, con sus antinomias y sus albores.
Aunque esta novela está habitada por la historia reciente (finales
de los setenta) de España, y de Canarias en particular, no es una
novela histórica al uso. Más bien podría asimilarse a una
Bildungsroman;
esto es, una novela de formación. Pero con una peculiaridad: el personaje principal no es una adolescente, sino una
mujer joven (ya con treinta años), con una conciencia formada (o
deformada si seguimos a Nietzsche) por las experiencias
vitales y sociales que ha tenido durante el franquismo. Cabría incidir en la necesidad de que la narrativa aborde ese
convulso y apasionante período histórico de la transición
democrática. En nuestra literatura no escasean las obras ambientadas
durante la guerra civil o la posguerra. Piénsese, por ejemplo, y por
citar sólo dos casos sobresalientes, en El barranco de
Nivaria Tejera, y Guad, de Alfonso García Ramos. En la
primera asistimos al abismo de crueldad que instaura el alzamiento
militar franquista y sus efectos sobre una familia; en la segunda, y
con una técnica coral, se narra la evolución del franquismo y sus
nefastos resultados: miseria, emigración, abuso de poder... Los
cuadernos de Marta, en efecto, y como aseveramos antes,
recuperan del olvido los entresijos contradictorios de una época
marcada por el hierro y la esperanza, toda vez que ya ha transcurrido
tiempo suficiente para abordarlo sin concesiones
partidistas, tomando la requerida distancia histórica de los hechos.
Una
pérdida, una enorme pérdida, será el punto de arranque -aunque más
sugerido que narrado explícitamente- de una crisis en Marta. Crisis
personal que desembocará en el redescubrimiento de sí misma.
Nosotros, los lectores, asistimos, pues, a esta reformulación de
sus propias convicciones al mismo tiempo que la historia entra por
los poros de la novela y habita la piel sensible de Marta. Pero la trama no se constituye en un subterfugio de la narradora con fines
meramente históricos, sino que es vertebrada a través del diálogo,
de las numerosas conversaciones que mantiene Marta con sus nuevos
compañeros en el colegio del valle de Guaydil (un singular espacio
imaginario que se erige en representación de cualquier espacio
físico de la isla, en encarnación pura del lugar habitado, como
hiciera ya Alfonso García Ramos en Guad al ubicar la acción
en el valle de Tenesora):
unos chicos recién salidos de la universidad, más jóvenes que
ella y portadores de ideas de cambio en todos los órdenes. Así, el
diálogo se convierte, realmente, en el motor de la narración, tanto
por su relevancia formal como por el significado que suponen
esas largas noches de discusión y debate para los personajes
involucrados. Hay, por tanto, una concepción de la
conversación como elemento capital en la instrucción, en el
aprendizaje, que sería vehiculado mediante el hecho de compartir la
palabra con el otro, con los otros. Revalorización del diálogo,
decimos, que apunta hacia una de las raíces más fecundas del
pensamiento filosófico y educativo de nuestra cultura occidental. Me
refiero, claro está, a la centralidad del diálogo en el corpus de
la obra platónica, donde la dialéctica implicada en
esa fórmula entraña un proceso de conquista y desvelamiento
compartido de la verdad. El proceso de aprendizaje como tarea común
que emprendemos con los demás. Recordemos la
centralidad de la educación en la cosmovisión del sistema
platónico: el hombre o la mujer que han descubierto la verdad
desarrollan, en virtud de su nexo común con los demás sujetos de la
comunidad, un afán por compartir ese conocimiento. Conocer y amar
como pares implicados en la filia,
la querencia, la amistad, en suma. Incluso podríamos vincular
aquí este desocultamiento de la verdad, la alétheia, como un
mostrarse, un revelarse lo verdadero que subyace escondido o
malinterpretado, y la humana necesidad de expandir ese desvelamiento.
O, si se quiere, observarlo tal cual acaece en Los cuadernos de
Marta: el desocultamiento de la verdad como un proceso de
revelación colectivo. Y esto es lo que vemos en la
novela, pero no petrificado como pura teoría, sino como
diálogo vivo, que respira, iluminante e iluminador.
Podría
entreverse una correlación entre el papel de Marta y la
sociedad española entera. Ella ha llegado a la treintena imbuida en
la deformación educativa obrada por el lastre de la dictadura, y
descubre la libertad del pensamiento, su inmensa capacidad de
reflexión y crítica. Se lamenta de haber arribado, quizás, un poco
tarde. Y así, la sociedad española de finales de
los setenta, que descubre, casi de golpe, los aires de un
nuevo sistema con una reformulación del ser social en el entorno de
un régimen democrático. Hay una lección capital en el conflicto de
redefinición de sí misma que hace Marta: no hay que tener miedo al cuestionamiento, pues la existencia implica este
permanente aprendizaje diario. Vivir es experiencia y pensamiento
sobre esa propia experiencia y sobre el propio ser. Y el ser es dueño
de una plasticidad que se materializa a cada instante: debemos aprovechar esta capacidad de aprender todos los días, ejercitar la pasión lúcida que comporta la crítica. Y, además, considerar
que esta capacidad no tiene fronteras espaciales ni temporales.
Rememoremos, a este propósito, cómo el filósofo Epicuro invitaba a
su discípulo Meneceo en una carta: "Nadie por ser joven dude
en filosofar ni por ser viejo de filosofar se hastíe. Pues nadie es
joven o viejo para la salud de su alma".
Marta
y el resto de personajes se enriquecen mutuamente. Las ideas encarnan
y se hacen acción histórica, contexto. Este grupo de
jóvenes maestros hablarán lo mismo de Fyffes, de la Iglesia y su
papel durante el franquismo, de la transición, de personajes
históricos del momento como el Ché Guevara, Antonio Cubillo, que de
fenómenos como el nacionalismo, la descolonización de África,
aspectos como la posición de la mujer en la sociedad y la progresiva
conquista de sus derechos, y, por último, la literatura. Y es que
por estas páginas desfilan Tagore, Neruda, Celaya, Galeano, Lorca,
Machado, Miguel Hernández y tantos otros.
Uno de
los personajes más relevantes en la novela, Pedro, ser
inquieto y de una tremenda curiosidad, que muestra una cosmovisión
compleja de lo real, intuye que lo humano abarca múltiples
facetas y que ninguna de ellas puede absorber por entero al ser, pues siempre está en juego el desarrollo pleno del individuo. Escribe Pedro a Marta: "Todo lo que atrape la totalidad del ser humano, la complejidad de
la existencia, creo que no es bueno. Es como si te pusieran orejeras
y ya no pudieses ver de la vida más que lo que alcanza el estrecho
ángulo que los gurús, sacerdotes o líderes, te permiten".
Al finalizar el curso que tanto supondrá para el pequeño grupo de maestros, Pedro va a su isla natal, La Palma, y desde allí remite periódicamente cartas a Marta, que firma con esta singular frase: "El que no es". Esto apunta hacia una idea del ser humano como criatura incompleta pero llena de potencialidades, que puede emprender un proceso de permanente enriquecimiento personal, contribuyendo así a la síntesis de una colectividad mejor. Ser humano no es un estado al que se llega ni se define por su estatismo. Muy al contrario, ser humano comporta múltiples movimientos, definiciones parciales, fuerzas que tiran en sentidos distintos. No es un espacio que se conquista sino una edificación diaria.
La historia es, en definitiva, ese terrible y maravilloso presente en que cada ser humano moldea la vida con el único material que le proporciona el universo: el tiempo.
Al finalizar el curso que tanto supondrá para el pequeño grupo de maestros, Pedro va a su isla natal, La Palma, y desde allí remite periódicamente cartas a Marta, que firma con esta singular frase: "El que no es". Esto apunta hacia una idea del ser humano como criatura incompleta pero llena de potencialidades, que puede emprender un proceso de permanente enriquecimiento personal, contribuyendo así a la síntesis de una colectividad mejor. Ser humano no es un estado al que se llega ni se define por su estatismo. Muy al contrario, ser humano comporta múltiples movimientos, definiciones parciales, fuerzas que tiran en sentidos distintos. No es un espacio que se conquista sino una edificación diaria.
La historia es, en definitiva, ese terrible y maravilloso presente en que cada ser humano moldea la vida con el único material que le proporciona el universo: el tiempo.
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