"La poesía es de este modo, tal vez, un veneno más, donde lo estético como espacio y lo poético como sentido se funden; e incluso puede suceder que por muy listos que seamos en lo más profundo siempre haya una parte irracional que nos convierte en anfitriones en potencia para la información autorreplicante. ¿Será esta la relación original entre lo real y el poema?
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La poesía se dirige, en su origen, al cuerpo. Ese es su problema. No es el discurso acertado, según el filósofo; carece de esa ciencia requerida, capaz de defenderse ante cualquier injerencia. La poesía está sujeta a la posesión y por ello hace imposible el conocimiento según Platón, hace opaca la verdad misma, la emborrona. Ahí reside su carácter venenoso, en su esencial corporalidad receptiva (y tendencia al falso conocimiento, a la ficción posterior). Un cuerpo que es origen de los sentidos, punto germinal de nuestra situación en el mundo, frontera y superficie. Pero cuerpo que se hará también discurso, esto es, discurso infectado y fronterizo.
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Así, el poema traza su existencia en función de su necesidad de infectar, expandir, deshilvanar lo real, pero consciente a su vez de que lo real inocula en ese mismo acto de escritura, en ese mismo proceso, una enorme variedad de virus. El poema (el poeta) se dibuja así en función de sus posibles venenos. El veneno que nutre un poema estará de esta forma más acá de la poesía entendida como comunicación o conocimiento. Todo posible conocimiento, toda posible comunicación, depende efectivamente de ese virus.(...)
El poema, ya desde su origen puramente formativo, contagia a lo real a través de un lenguaje que comienza por desactivar sus relaciones primeras para regresar de nuevo, posteriormente, a su forma lingüística. En ese viaje de ida y vuelta el lenguaje entabla una nueva forma viral y definitiva: el poema."
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ALBERTO SANTAMARÍA, El poema envenenado.
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